legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...
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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />
–Estaba desesperado.<br />
–¿Y dónde trabajas ahora?<br />
–No lo sé. En este momento lo único que me preocupa es que no me detenga la policía.<br />
Bruiser sonríe.<br />
–Yo me ocuparé de eso –afirma en tono afectado– Tendré<br />
que hacer unas llamadas.<br />
Prince me ha asegurado repetidamente que Bruiser conoce a más policías que el propio alcalde.<br />
–Conviene que se oculte, ¿no es cierto? –pregunta Prince, como si yo fuera un criminal fugado de la justicia.<br />
–Sí. Ocúltate.<br />
Por alguna razón, estoy convencido de que se ha ofrecido muchas veces ese mismo consejo en este despacho.<br />
–¿Qué sabes sobre incendios intencionados? –pregunta entonces Bruiser.<br />
–Nada. No nos han hablado de ello en la facultad.<br />
–Pues yo me he ocupado de varios casos de incendios intencionados. Pueden transcurrir varios días antes de que determinen si<br />
el incendio ha sido intencionado. En un viejo edificio como ése puede haber ocurrido cualquier cosa. Si ha sido intencionado,<br />
tardarán algunos días en detener a alguien.<br />
–No quiero que me detengan. Especialmente teniendo en cuenta que soy inocente. No me apetece aparecer en los periódicos –<br />
declaro mientras contemplo la pared cubierta de recortes y artículos.<br />
–No te lo reprocho –dice, con la cara muy seria . ¿Cuándo te presentas al examen de colegiatura?<br />
–En julio.<br />
–¿Y luego?<br />
–No lo sé. Buscaré algo.<br />
De pronto, mi amigo Prince interviene en la conversación.<br />
–¿No puedes encontrarle algo aquí, Bruiser? Maldita sea, tienes un montón de abogados. ¿Qué importa uno más? Es un<br />
estudiante ejemplar, trabaja mucho y es inteligente. Respondo por él. El muchacho necesita un trabajo.<br />
Vuelvo lentamente la cabeza para mirar a Prince, que me sonríe como si fuera Papá Noél.<br />
–Éste es un lugar fantástico para trabajar –agrega alegremente– Aquí aprenderás lo que hacen los verdaderos abogados.<br />
Se ríe y me da una palmada en la rodilla.<br />
Ambos miramos a Bruiser, cuyos ojos se mueven rápidamente de un lado para otro, mientras busca desesperadamente<br />
pretextos en su mente.<br />
–Claro, por supuesto. Siempre me gusta encontrar a alguien con un buen talento jurídico.<br />
–Te das cuenta? –exclama Prince.<br />
–Por cierto, dos de mis asociados acaban de marcharse para abrir su propio bufete. De modo que tengo dos despachos vacíos.<br />
–Te das cuenta? –repite Prince– Ya te he dicho que todo se resolvería.<br />
–Pero no se trata exactamente de un empleo asalariado –agrega Bruiser, cada vez más entusiasmado con la idea– No señor. No<br />
es así como yo trabajo. Espero que mis asociados se ganen su propia remuneración, generen sus propios honorarios.<br />
Estoy demasiado aturdido para hablar. Prince y yo no habíamos hablado del empleo, ni deseaba su ayuda en dicho sentido. En<br />
realidad no quiero que Bruiser Stone sea mi jefe. Pero tampoco puedo ofenderle, con la policía al acecho y referencias<br />
concretas a la pena de muerte. Soy incapaz de acumular la valentía necesaria para decirle a Bruiser que es lo suficientemente<br />
artero para representarme, pero demasiado para ser mi jefe.<br />
–¿Cómo funciona el sistema? –pregunto.<br />
–Es muy sencillo y eficaz, por lo menos en lo que a mí respecta. Y ten en cuenta que a lo largo de veinte años lo he probado<br />
todo. He tenido un montón de socios y docenas de asociados. El único sistema que funciona es aquel en el que el miembro<br />
asociado está obligado a generar suficientes honorarios para cubrir su salario. ¿Puedes hacerlo tú?<br />
–Puedo intentarlo –respondo encogiéndome de hombros.<br />
–Claro que puedes –agrega Prince para darme ánimos.<br />
–Tú consigues mil dólares mensuales en honorarios y te guardas un tercio de lo que generas. Tu tercio se aplica al promedio.<br />
Otro tercio se ingresa en el fondo del bufete, para cubrir los gastos generales como la administración y cosas por el estilo. El<br />
último tercio me lo guardo yo. Si no alcanzas el promedio mensual, me debes lo que falte. Yo voy sumando la deuda, hasta que<br />
tengas un buen mes. ¿Comprendes?<br />
Durante unos segundos reflexiono sobre ese absurdo sistema. Lo único peor a estar sin empleo es tener un trabajo en el que se<br />
pierda dinero y en el que las deudas mensuales sean acumulativas. Se me ocurren una serie de preguntas específicas y carentes<br />
de respuesta, pero Prince interrumpe cuando estaba a punto de formular la primera.<br />
–Me parece justo. Excelente propuesta –exclama al tiempo que me da otra palmada en la rodilla––. Podrás ganar una fortuna.<br />
–Es mi única forma de trabajar –dice Bruiser por tercera o cuarta vez.<br />
–¿Cuánto ganan tus asociados? –pregunto, sin esperar que me diga la verdad.<br />
Frunce los largos surcos de su frente. Está meditabundo.<br />
–Varía. Depende de lo que te esfuerces. Uno ganó cerca de los ochenta el año pasado, otro sólo veinte.<br />
–Y tú ganaste trescientos mil –exclama Prince con una sonora carcajada.<br />
–Ojalá.<br />
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