legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...
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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />
La ética según Deck. Hemos pasado horas y horas explorando los dilemas éticos y morales, y de pronto llega Deck y reduce el<br />
código ético a tres conceptos básicos: luchar por el cliente, no robar y procurar no mentir.<br />
Giramos inesperadamente a la izquierda y entramos en un pasillo más nuevo. Saint Peter es un laberinto de extensiones y<br />
anexos.<br />
–Pero lo que no te enseñan en la facultad puede perjudicarte –prosigue Deck, que está de humor para dar una conferencia–<br />
Piensa en ese individuo, Van Landel. Tengo la sensación de que estabas nervioso en su habitación.<br />
–Sí, tienes razón.<br />
–No deberías estarlo.<br />
–Pero es inmoral acosar a un cliente potencial. Equivale a perseguir ambulancias.<br />
–Exactamente. ¿Pero a quién le importa? Es preferible que lo consigamos nosotros que el que nos vendrá pisando los talones.<br />
Puedes estar seguro de que en las próximas veinticuatro horas, algún otro abogado se pondrá en contacto con Van Landel e<br />
intentará hacerle firmar un contrato. Así es como se hace, Rudy. Es el mercado, la competencia. Hay mucho abogado suelto.<br />
Como si no lo supiera.<br />
–¿Seguirá con nosotros? –pregunto.<br />
–Probablemente. Hasta ahora hemos tenido suerte. Hemos llegado en el momento oportuno. Suele haber un cincuenta por<br />
ciento de probabilidades cuando llegas, pero se convierte en un ochenta cuando firman el contrato. Es preciso que le llames<br />
dentro de un par de horas, habla con su esposa, dile que puedes pasar por aquí esta noche y hablar del caso con ellos.<br />
–Por supuesto. Es fácil. Tengo algunas fichas que puedes examinar. No es preciso ser un genio.<br />
–Pero no estoy seguro...<br />
–Escúchame, Rudy, tranquilízate. No te dejes impresionar por este lugar. Ahora es nuestro cliente, ¿de acuerdo? Tienes<br />
derecho a visitarle y nadie puede impedírtelo. No pueden echarte. Relájate.<br />
Tomamos café en tazas de plástico en una cafetería del tercer piso. Deck prefiere esta pequeña cafetería porque está cerca de la<br />
sala ortopédica, y porque es de construcción relativamente reciente y pocos abogados la conocen. Se sabe que los abogados<br />
merodean por las cafeterías de los hospitales a la caza de pacientes lesionados, me cuenta en voz baja sin percatarse de que él<br />
está haciendo lo mismo. Lo dice con cierto desdén por dicha conducta. La ironía le pasa a Deck inadvertida.<br />
Parte de mi trabajo, como joven asociado del bufete de J. Lyman Stone, consistirá en deambular por estos parajes y explorar<br />
sus pastos. Hay también una gran cafetería en la planta principal del hospital Cumberland, a dos manzanas de aquí. Y en el<br />
hospital VA hay tres cafeterías. Deck sabe evidentemente dónde están y comparte dicha información conmigo.<br />
Me aconseja que empiece por Saint Peter, porque es donde se encuentra la mayor unidad de traumatología. Me dibuja un mapa<br />
en una servilleta con el emplazamiento de otros lugares de captación potencial: la cafetería principal, un pequeño restaurante<br />
cerca de la sala de maternidad, en el segundo piso, y un café junto al vestíbulo principal. La noche es un buen momento,<br />
asegura, sin dejar de estudiar las presas, porque los pacientes suelen aburrirse en sus habitaciones y, si su condición se lo<br />
permite, van a tomar algo a la cafetería. No hace muchos años, cuando uno de los abogados de Bruiser merodeaba por la<br />
cafetería principal a la una de la madrugada, captó a un joven que padecía quemaduras. El caso se saldó al cabo de un año por<br />
dos millones. Lamentablemente, dicho joven había prescindido de los servicios de Bruiser y contratado a otro abogado.<br />
–Se nos escapó –dice Deck como un pescador desilusionado.<br />
DIECISIETE<br />
La señorita Birdie se acuesta después de la repetición de MASH, a las once de la noche. Me ha invitado varias veces a ver la<br />
televisión con ella después de la cena, pero hasta ahora he encontrado siempre un buen pretexto.<br />
Sentado en los peldaños junto a la puerta de mi piso, espero a que su casa se quede a oscuras. Veo su silueta de puerta en<br />
puerta, comprobando los cerrojos y cerrando las persianas.<br />
Supongo que los ancianos se acostumbran a la soledad, aunque nadie haya previsto pasar los últimos años de su vida a solas,<br />
sin la compañía de sus seres queridos. Cuando era joven, estoy seguro de que debía confiar en pasar esta etapa rodeada de<br />
nietos. Sus propios hijos estarían cerca, comprobando a diario cómo estaba su mamá, trayéndole flores, galletas y regalos. La<br />
señorita Birdie no se proponía pasar sus últimos años completamente sola, en una antigua casa impregnada de viejos recuerdos<br />
fenecientes.<br />
Raramente habla de sus hijos o de sus nietos. Hay unas cuantas fotografías repartidas por la casa, pero a juzgar por el aspecto<br />
de su atuendo, son bastante antiguas. Hace varias semanas que estoy aquí y no soy consciente de que haya tenido un solo<br />
contacto con su familia.<br />
Me siento culpable de no sentarme con ella por la noche, pero tengo mis razones. Mira un culebrón tras otro por televisión y no<br />
puedo soportarlos. Lo sé porque habla constantemente de ello. Además, debo estudiar para mi examen.<br />
Hay otra razón por la que guardo las distancias. La señorita Birdie ha insinuado varias veces que la casa necesita una mano de<br />
pintura y que si algún día logra acabar con el estiércol, dispondrá de tiempo para el nuevo proyecto.<br />
Hoy he escrito y mandado una carta a un abogado de Atlanta, que he firmado como pasante del bufete de J. Lyman Stone,<br />
interesándome por los bienes de Anthony L. Murdine, difunto<br />
marido de la señorita Birdie. Indago lentamente, con escaso éxito.<br />
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