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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

Estoy acostumbrado a llegar temprano a la oficina, alrededor de las siete y media, no porque tenga mucho trabajo, citas con<br />

clientes, ni apariciones en el juzgado, sino porque me gusta tomar una taza de –café tranquilamente a solas. Dedico por lo<br />

menos una hora diaria a preparar y organizar el caso Black. Deck y yo procuramos evitarnos por la oficina, pero a veces resulta<br />

difícil. Empezamos a recibir gradualmente llamadas telefónicas.<br />

Me gusta el sosiego de este lugar antes de que empiece el día. El domingo Deck llega tarde, casi a las diez. Charlamos unos<br />

minutos. Quiere almorzar temprano, dice que es importante. Salimos a las once y caminamos un par de manzanas, hasta una<br />

cooperativa vegetariana con un pequeño restaurante en el fondo. Pedimos una pizza vegetariana y té de naranja. Deck está muy<br />

nervioso, su rostro se contorsiona más que de costumbre y vuelve la cabeza al mínimo ruido.<br />

–Debo contarte algo –dice, apenas en un susurro.<br />

Estamos solos, las otras seis mesas están vacías.<br />

–Estamos a salvo, Deck –respondo, para procurar tranquilizarlo–. ¿De qué se trata?<br />

–Salí de la ciudad el sábado, inmediatamente después de la declaración. Cogí un avión a Dallas y de allí a Las Vegas, donde<br />

me instalé en el hotel Pacific.<br />

Lo que faltaba. Ha vuelto a salir de juerga, bebiendo y apostando. Se ha quedado sin blanca.<br />

–Ayer por la mañana hablé con Bruiser por teléfono y me dijo que me marchara. Dijo que los federales me habían seguido<br />

desde Memphis y que debía marcharme. Dijo que alguien me había vigilado durante todo el camino y que había llegado el<br />

momento de regresar a Memphis. Me dijo que te advirtiera de que los federales vigilan todos tus pasos porque eres el único<br />

abogado que ha trabajado para Bruiser y para Prince.<br />

Tomo un sorbo de té para refrescar mi paladar reseco.<br />

–¿Sabes dónde... está Bruiser? –pregunto demasiado alto, aunque nadie nos escucha.<br />

–No. No lo sé –responde sin dejar de mirar a su alrededor.<br />

–Bueno, ¿está en Las Vegas?<br />

–Lo dudo. Creo que me mandó allí porque eso pretende hacerles creer a los federales. Parece un lugar probable para Bruiser y,<br />

por consiguiente, no iría allí.<br />

No logro enfocar la mirada ni reducir la velocidad de mi cerebro. Se me ocurren simultáneamente una docena de preguntas,<br />

pero no puedo formularlas todas. Hay infinidad de cosas que deseo saber, pero muchas no me convienen. Nos observamos<br />

momentáneamente.<br />

Estaba francamente convencido de que Bruiser y Prince estaban en Singapur o en Australia, y de que nunca volveríamos a oír<br />

hablar de ellos.<br />

–¿Por qué se puso en contacto contigo? –pregunto con suma cautela.<br />

Se muerde el labio como si estuviera a punto de llorar y exhibe sus cuatro dientes de roedor. Se rasca la cabeza conforme<br />

transcurren los minutos. Pero el tiempo está paralizado.<br />

–Parece ser que han dejado aquí algún dinero –responde, después de bajar aún más el tono de su voz–. Y ahora quieren<br />

recuperarlo.<br />

–¿Quieren?<br />

–Parece que siguen juntos, ¿no es cierto?<br />

–Efectivamente. ¿Y quieren que tú se lo resuelvas?<br />

–El caso es que no llegamos a hablar de los detalles. Pero parece que quieren que nosotros les ayudemos a ellos a recuperar el<br />

dinero.<br />

–¿Nosotros?<br />

–Sí.<br />

–¿Tú y yo?<br />

–Eso es.<br />

–¿Cuánto dinero?<br />

–Nunca se ha llegado a mencionar, pero puedes estar seguro de que si no se tratara de una fortuna no les preocuparía.<br />

–¿Y dónde está?<br />

–No me lo ha dicho con exactitud, sólo sé que es al contado y que está encerrado en algún lugar.<br />

–¿Y quiere que nosotros lo saquemos?<br />

–Exactamente. Supongo que el dinero está escondido en algún lugar de la ciudad, probablemente cerca de donde estamos<br />

ahora. De momento los federales no lo han encontrado y, por tanto, es probable que no lo hagan. Bruiser y Prince confían en ti<br />

y en mí. Además, ahora somos semirrespetables, con un auténtico bufete, y no un par de maleantes callejeros que robarían el<br />

dinero cuando le echaran la vista encima. Calculan que entre tú y yo podemos cargar el dinero en una furgoneta, llevárselo a<br />

algún lugar y todos felices.<br />

Soy incapaz de decidir cuánto de lo que cuenta Deck es de su propia cosecha y cuánto lo que le ha propuesto Bruiser. No<br />

quiero saberlo. Pero me muerde la curiosidad.<br />

–¿Y qué sacamos por nuestra colaboración?<br />

–No llegamos a hablar de ello. Pero un montón. Podríamos cobrar por adelantado.<br />

Deck ya lo ha calculado.<br />

–De ningún modo, Deck. Olvídalo.<br />

–Sí, lo sé –responde con tristeza, rendido al primer asalto. –Es demasiado peligroso.<br />

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