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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

Sobrevivimos. Nuestro mejor cliente es Derrick Dogan y si logramos saldar su caso por veinticinco mil, el límite de la póliza,<br />

respiraremos con más tranquilidad. Esperamos que se resuelva antes de Navidad, aunque no sé exactamente por qué. Ni Deck<br />

ni yo tenemos a nadie a quien queramos obsequiar.<br />

Pasaré las vacaciones trabajando en el caso de los Black. Febrero no está lejos.<br />

El correo de hoy es rutinario, con dos excepciones. No hay una sola comunicación de Trent & Brent. Es tan inusual que resulta<br />

emocionante. La segunda sorpresa me trastorna de tal modo, que me veo obligado a caminar por la oficina para serenarme.<br />

El sobre es grande y cuadrado, con mi nombre y dirección escritos a mano. En su interior hay una invitación impresa para<br />

asistir a una promoción prenavideña de cadenas, brazaletes y collares de oro, en una joyería de unas galerías del barrio. Es pura<br />

propaganda, que habitualmente arrojaría de inmediato a la papelera, si el nombre y la dirección estuvieran impresos.<br />

En el margen inferior, debajo de las horas de apertura de la joyería, con una letra bastante hermosa está escrito el nombre de<br />

Kelly Riker. Ningún mensaje. Nada. Sólo el nombre.<br />

Paseo una hora por las galerías. Contemplo a unos chiquillos que patinan sobre hielo en una pista cubierta. Veo grandes grupos<br />

de adolescentes que circulan de un lado para otro. Compro un paquete de comida china recalentada y me la como en el paseo<br />

sobre la pista de patinaje.<br />

La joyería es una de las más de cien tiendas bajo el mismo techo. La he visto cómo manipulaba una caja al mirar por primera<br />

vez.<br />

Entro detrás de una pareja y me dirijo lentamente al mostrador, donde Kelly Riker está atendiendo a un cliente. Levanta la<br />

cabeza, me ve y sonríe. Retrocedo unos pasos, apoyo los codos en una estantería y contemplo el deslumbrante surtido de<br />

cadenas de oro, gruesas como sogas. La tienda está llena de gente. Media docena de dependientes charlan con clientes y les<br />

muestran diversos artículos.<br />

–¿En qué puedo servirle, caballero? –pregunta, a medio metro de distancia.<br />

La miro y me derrito.<br />

Nos miramos sonrientes hasta el límite de nuestra audacia.<br />

–Sólo miraba –respondo, con la esperanza de que nadie esté observándonos–. ¿Cómo estás?<br />

–Bien, ¿y tú?<br />

–Estupendo.<br />

–¿Puedo mostrarte algo? Esto está de rebaja –dice, al tiempo que señala unas cadenas dignas de un chulo.<br />

–Muy bonitas. ¿Podemos hablar? –pregunto de manera que sólo ella lo oiga.<br />

–Aquí no –responde después de acercarse todavía más, y yo huelo su perfume, abre el cerrojo de una caja, desliza la tapa, saca<br />

una cadena de veinticinco centímetros para mostrármela y prosigue–: Hay un cine a lo largo de las galerías. Compra una<br />

entrada para la película de Eddie Murphy. Sección central, última fila. Estaré allí dentro de treinta minutos.<br />

–¿Eddie Murphy? –repito mientras admiro la cadena.<br />

–Bonita, ¿no le parece?<br />

–Lo que andaba buscando. Realmente hermosa. Pero déjeme mirar un poco más.<br />

–Vuelva pronto –dice como una perfecta dependienta, después de quitármela de las manos.<br />

Se me derriten las rodillas cuando floto por las galerías. Sabía que vendría y lo había planeado todo: el cine, la película, la<br />

butaca y el lugar. Tomo un café junto a un ajetreado Papá Noél, e intento imaginar lo que me contará, lo que barrunta por su<br />

mente. Para evitar un tostón de película, compro la entrada en el último momento.<br />

Hay menos de cincuenta espectadores en la sala. Un grupo de chiquillos, demasiado jóvenes para una película clasificada «X»,<br />

en una de las primeras filas, se ríen de las obscenidades. Hay otras tristes almas repartidas por la oscuridad. La última fila está<br />

vacía.<br />

Llega con unos minutos de retraso y se sienta junto a mí. Cruza las piernas y no puedo evitar percatarme de que la falda se le<br />

levanta por encima de las rodillas.<br />

–¿Vienes aquí a menudo? –pregunta.<br />

Suelto una carcajada. No parece nerviosa, pero yo ciertamente lo estoy.<br />

–¿Estamos a salvo? –pregunto. –¿A salvo de quién?<br />

–De tu marido.<br />

–Sí, ha salido con los muchachos esta noche. –¿Vuelve a beber?<br />

–Sí.<br />

Ésa es una afirmación de gran alcance.<br />

–Pero no mucho –agrega, a guisa de coletilla. –Entonces no te ha...<br />

–No. Hablemos de otro tema.<br />

–Lo siento. Me preocupo por ti, eso es todo. –¿Por qué te preocupas por mí?<br />

–Porque no logro alejarte nunca de mi mente. ¿Piensas tú alguna vez en mí?<br />

Miramos la pantalla, pero sin ver nada. –Constantemente –responde, y se me para el corazón.<br />

De pronto en la pantalla, un individuo y una muchacha están arrancándose mutuamente la ropa del cuerpo. Se desploman sobre<br />

la cama, almohadas y paños menores vuelan por los aires, se dan un apasionado beso y empieza a temblar la cama. Conforme<br />

los amantes se revuelcan, Kelly coloca su brazo debajo del mío y se me acerca. No hablamos hasta que termina la escena.<br />

Entonces empiezo a respirar de nuevo.<br />

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