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Está más que claro que las cosas movibles son todas aqu<strong>el</strong>las que provienen de lo humano, de<br />
lo terrenal. Esas cosas que <strong>el</strong> hombre puede construir y que <strong>el</strong> mismo hombre, llegado <strong>el</strong> caso y si<br />
conviene a sus intereses, puede destruir.<br />
<strong>La</strong>s inconmovibles, mientras tanto, son las que provienen d<strong>el</strong> Dios Todopoderoso. A eso <strong>el</strong><br />
hombre ni lo puede modificar ni lo puede cambiar en su esencia o estructura. Sólo Dios. Y dentro de las<br />
cosas que no van a moverse un milímetro de lo plantado, está <strong>el</strong> Reino.<br />
096 - Sin Acepción de Personas<br />
El autor de la carta de Santiago se identifica a sí mismo, simplemente como Santiago. Este<br />
nombre era en extremo común; <strong>el</strong> Nuevo Testamento identifica por lo menos a cinco individuos llamados<br />
Santiago, dos de los cuales fueron discípulos de Jesús, y uno su hermano.<br />
Tradicionalmente se ha atribuido la carta al hermano d<strong>el</strong> Señor, y no hay razón alguna <strong>para</strong><br />
cuestionar este punto de vista. Evidentemente, <strong>el</strong> autor era bien conocido, y Santiago, <strong>el</strong> hermano de<br />
Jesús, se había convertido en alguien de valor en la iglesia de Jerusalén en una fecha temprana.<br />
El lenguaje de la epístola es similar al discurso de Santiago en <strong>el</strong> Libro de los Hechos capítulo<br />
15. Aparentemente, Santiago era un incrédulo durante <strong>el</strong> ministerio de Jesús. Una aparición de Cristo,<br />
luego de su resurrección, probablemente dio lugar a la conversión de Santiago, pues se le menciona<br />
junto a otros creyentes en Hechos 1:14.<br />
Dentro de este marco, y hablando de los favoritismos personales, que ya existía en la época y<br />
obligaban a tomar precauciones, Santiago escribe sobre <strong>el</strong>lo, haciendo especial hincapié en los<br />
derechos y obligaciones que, como miembros d<strong>el</strong> Reino de Dios, poseemos.<br />
(Santiago 2: 1) = Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea<br />
sin acepción de personas.<br />
Acepción, en líneas generales, es cada uno de los significados que puede adquirir una palabra o<br />
frase según <strong>el</strong> contexto. Cuando se le incluye <strong>el</strong> “de personas”, implica la acción de favorecer o<br />
inclinarse a unas personas más que a otras por algún motivo o afecto particular, sin atender al mérito o<br />
la razón.<br />
(2) Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa<br />
espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, (3) y miráis con agrado al que trae la<br />
ropa espléndida y le decís: siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: estate tú allí en pie, o<br />
siéntate aquí bajo mi estrado; (4) ¿No hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser<br />
jueces con malos pensamientos?<br />
A mí me gustaría mucho sacar a este trío de versículos, sumados al anterior, y colocarlos en<br />
cada uno de los templos cristianos en lugares bien visibles, si es posible, donde sea observado<br />
permanente por toda la congregación, pero mucho más por sus líderes.<br />
¿Crees tú que hoy no se cumple <strong>el</strong> mandato d<strong>el</strong> Señor de no hacer acepción de personas? Yo<br />
creo que no, que no se cumple. Pero esa es mi pobre, individual y única opinión. <strong>La</strong> tuya, aunque sea<br />
opuesta, vale exactamente lo mismo que la mía, porque no estamos hablando de doctrina sino de<br />
experiencias humanas.<br />
El valor humano no se puede igualar con raza, riqueza, posición social o niv<strong>el</strong> educacional.<br />
Todas las personas tienen importancia y son de gran valor en <strong>el</strong> orden de Dios. Considerar a una raza,