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128 – Las Vidas Significativas
Estamos demasiado acostumbrados a mistificar y colocar en un bronce inmóvil a los hombres y
mujeres que han hecho algo por el planeta desde sus distintos ángulos. Sucede con nuestros próceres y
también, aunque en menor medida, claro está, con artistas, deportistas y cualquier otro de repercusión
pública.
Es notorio, al menos en la República Argentina, mi país, no sé como lo será en el tuyo, que
ciertas personas pasan del anonimato casi lindante con la vulgaridad, a una fama sólo comparable con
el estrellato máximo, con el simple hecho de morirse. Vivos, no merecían una mínima línea en la prensa;
muertos, llegan a ocupar páginas enteras y portadas de los más importantes.
Hay en mi país un aforista no cristiano que ha creado frases de excelente contenido, incluso para
nosotros. La que encaja con esto que has leído, es: “Anoche vi un hombre muerto; ¡Que grande es un
hombre muerto!” y otra para que la reflexiones: “Cuando las religiones separan a los hombres, se
apartan de Dios”.
Aunque parezca incongruente y hasta pleno de incoherencias, también ha sucedido esto dentro
del evangelio. O mejor dicho: en los sitios en donde se dice anunciarlo. Porque una cosa es el Evangelio
de Jesucristo, y otra muy distinta los lugares en los que dicen representarlo.
Se han elevado tanto a la categoría de santos a determinados hombres que, cuando accedemos
a una lectura bíblica que los muestra cometiendo errores, lo primero que pensamos es que la Biblia se
equivocó o que, en el mejor de los casos, algún problema de traducción ha estropeado el testimonio.
No aceptamos que, salvo Jesús que fue sin pecado, todos los demás, absolutamente todos,
fueron hombres o mujeres de carne y hueso, y esencialmente de mucha carne. Esta fue la base que el
Señor me dio para escribir mi cuarto libro. (“La Palabra. ¿La Palabra?”)
Yo era uno, (Y a veces todavía cometo el mismo error) que cuando quería decir algo respecto a
un tema, decía: “así dice la Biblia”, dando por sentado que lo que la Biblia dice es inapelable. Y lo es en
términos de un relato, pero no siempre en lo concerniente a lo espiritual.
Y no es porque la Biblia se equivoque o no tenga autoridad, -Dios me libre de darlo siquiera a
entender-, sino porque los hombres que dicen lo que dicen en la Biblia, no siempre están diciendo lo que
Dios dice. Fuera de lo dicho por Jesús, en todo lo demás hay contaminación de carne. Incluido esto que
estás leyendo, ni lo dudes.
Por ese motivo, si la Biblia volviera a escribirse; si la historia de nuestra nación santa, pueblo
elegido por Dios y linaje escogido que es la iglesia, volviera a escribirse en forma ordenada una vez
más, no podríamos menos que formularnos una pregunta singular:
¿Quiénes serían los Abraham, los Moisés, los Elías, los Daniel, los José, los Eliseos, las Ruth,
las Ester, los Josué, los David, los Isaías, o los Jeremías? Piensa un momento: ¿Crees que merecería tu
vida de fe, darle nombre a uno de los libros de una nueva Biblia? Usa criterio y sentido común, cuidado
con la vanidad.
Creo que allí está el punto crucial de nuestra profesión de fe cristiana. Vivir una vida de tal
manera que merezca largamente ocupar un lugar en las hipotéticas nuevas Escrituras. ¿Para que? Para
que tu nombre fuera otro más habilitado para ser y dar ejemplo a las próximas generaciones.