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Contacto - Carl Sagan

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cual los puros de corazón no deben temer al veneno de las serpientes. En un

sermón que fue ampliamente citado, parafraseó a Voltaire. Nunca pensó —

sostuvo— que conocería clérigos tan venales como para prestar su apoy o a los

blasfemos para quienes el primer sacerdote había sido el primer delincuente que

se topó con el primer tonto. Estas religiones eran dañinas. Él agitó su dedo

grácilmente en el aire.

Joss aseguraba que cada culto tenía una línea doctrinaria que no había que

sobrepasar para no insultar la inteligencia de los creyentes. Las personas sensatas

quizá no se pusieran de acuerdo respecto de dónde debía trazarse tal línea, pero

las religiones se excedían en su marcación, y eso constituía un riesgo. La gente

no era tonta, decía. El día antes de morir, cuando ponía sus asuntos en orden, el

mayor de los Rankin le mandó a avisar a Joss que no quería volver a verlo jamás.

Al mismo tiempo, Joss comenzó a predicar que tampoco la ciencia tenía

todas las respuestas. Encontraba puntos débiles en la teoría de la evolución. Según

su parecer, las cosas que los científicos no podían explicarse, las barrían debajo

de la alfombra. No tenían cómo probar que la Tierra tuviese cuatro mil

seiscientos millones de años de antigüedad. Nadie había visto suceder la

evolución ni nadie había marcado el tiempo desde la creación.

Tampoco se había demostrado la teoría de la relatividad, de Einstein, quien

había asegurado que es imposible viajar a más velocidad que la de la luz. ¿Cómo

lo supo? ¿A qué velocidad cercana a la luz había viajado él? La relatividad era

sólo un modo de entender el mundo. Einstein no podía poner límites a lo que el

hombre fuese capaz de hacer en el futuro. Y por cierto, tampoco podía ponerle

límites a las acciones de Dios. ¿Acaso Dios no podría viajar más rápido que la luz

si lo deseara? ¿Acaso Dios no podría hacernos viajar a nosotros más rápido que la

luz si lo deseara? Había excesos en la ciencia tanto como en la religión. El

hombre sensato no debía dejarse atemorizar por ninguna de las dos. Había

muchas interpretaciones de las Escrituras y otras tantas de la naturaleza. Dado

que ambas habían sido creadas por Dios, no podían contradecirse una a otra. Si se

produce cualquier discrepancia, eso quiere decir que un científico o un teólogo —

quizás ambos— no han hecho bien su trabajo.

Palmer Joss empleó un estilo de crítica imparcial a la ciencia y la religión,

unido a una ardiente defensa de la rectitud moral y respeto por la inteligencia de

su grey. Poco a poco fue adquiriendo fama en el plano nacional. En los debates

sobre la enseñanza del « creacionismo científico» en las escuelas, sobre el

aspecto ético del aborto y los embriones congelados, o sobre la licitud de la

ingeniería genética, procuraba a su manera encontrar un punto medio de

conciliación entre la religión y la ciencia. Los partidarios de ambas fuerzas

contendientes se indignaban con sus intervenciones, pero su popularidad iba en

aumento. Llegó a ser confidente de primeros mandatarios. Los periódicos

escolares publicaban fragmentos de sus sermones. Sin embargo, rechazó muchas

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