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« Ruegue por el Sexo» . Lo usaba incluso para asistir a las reuniones científicas.
Cuando le preguntaban por qué le gustaba tanto, respondía:
—En el país de ustedes, es ofensivo en un solo sentido. En mi patria, resultaría
ofensivo de dos maneras diferentes.
Si se le presionaba para que lo aclarara, comentaba que su famoso pariente
bolchevique había escrito un libro relativo al lugar que debía ocupar la religión en
el mundo socialista. Desde ese entonces, su dominio del inglés había mejorado
notablemente —mucho más que el ruso que hablaba Ellie, pero su propensión a
usar injuriosos prendedores en la solapa, lamentablemente, disminuyó.
En una ocasión, durante una vehemente discusión respecto de los méritos
relativos de ambos sistemas políticos, Ellie se jactó de haber tenido la libertad de
marchar frente a la Casa Blanca en una manifestación de protesta contra la
intervención norteamericana en Vietnam. Vay gay replicó que en ese mismo
período él había gozado de la misma libertad de marchar frente al Kremlin para
protestar también por la injerencia norteamericana en la guerra de Vietnam.
Él nunca mostró deseos, por ejemplo, de fotografiar las barcazas llenas de
malolientes desperdicios y las chillonas gaviotas que sobrevolaban la Estatua de
la Libertad, como había hecho otro científico soviético el día en que ella los
acompañó a viajar en ferry a Staten Island, en un descanso de un simposio
realizado en Nueva York. Tampoco había fotografiado —como algunos de sus
colegas— las casuchas derruidas y los ranchos de los barrios pobres de Puerto
Rico en ocasión de una excursión en autocar que efectuaron desde un lujoso hotel
sobre la play a hasta el observatorio de Arecibo. ¿A quién entregarían esas fotos?
Ellie se imaginaba la enorme biblioteca de la KGB dedicada a las injusticias y
contradicciones de la sociedad capitalista. Cuando se sentían desalentados por
algunos fracasos de la sociedad soviética, ¿acaso les reconfortaba revisar las
instantáneas de los imperfectos norteamericanos?
Había muchos científicos brillantes en la Unión Soviética a los que, por delitos
conocidos, desde hacía décadas no se les permitía salir de Europa Oriental.
Konstantinov, por ejemplo, viajó por primera vez a Occidente a mediados de los
años sesenta. Cuando, en una reunión internacional en Varsovia, se le preguntó,
por qué, respondió: « Porque los hijos de puta saben que, si me dejan partir, no
vuelvo más» . Sin embargo, le permitieron salir durante el período en que
mejoraron las relaciones científicas entre ambas naciones a fines de la década
del sesenta y comienzos de la del setenta, y siempre regresó. No obstante, ya no
se lo permitían y no le quedaba más remedio que enviar a sus colegas
occidentales tarjetas en fin de año en las cuales aparecía él con aspecto desolado,
la cabeza baja, sentado sobre una esfera debajo de la cual estaba la ecuación de
Schwarzschild para obtener el radio de un agujero negro. Se hallaba en un
profundo pozo de potencial, explicaba a quienes lo visitaban en Moscú, utilizando
la metáfora de la física. Jamás le concedieron permiso para volver a abandonar