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Contacto - Carl Sagan

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« Ruegue por el Sexo» . Lo usaba incluso para asistir a las reuniones científicas.

Cuando le preguntaban por qué le gustaba tanto, respondía:

—En el país de ustedes, es ofensivo en un solo sentido. En mi patria, resultaría

ofensivo de dos maneras diferentes.

Si se le presionaba para que lo aclarara, comentaba que su famoso pariente

bolchevique había escrito un libro relativo al lugar que debía ocupar la religión en

el mundo socialista. Desde ese entonces, su dominio del inglés había mejorado

notablemente —mucho más que el ruso que hablaba Ellie, pero su propensión a

usar injuriosos prendedores en la solapa, lamentablemente, disminuyó.

En una ocasión, durante una vehemente discusión respecto de los méritos

relativos de ambos sistemas políticos, Ellie se jactó de haber tenido la libertad de

marchar frente a la Casa Blanca en una manifestación de protesta contra la

intervención norteamericana en Vietnam. Vay gay replicó que en ese mismo

período él había gozado de la misma libertad de marchar frente al Kremlin para

protestar también por la injerencia norteamericana en la guerra de Vietnam.

Él nunca mostró deseos, por ejemplo, de fotografiar las barcazas llenas de

malolientes desperdicios y las chillonas gaviotas que sobrevolaban la Estatua de

la Libertad, como había hecho otro científico soviético el día en que ella los

acompañó a viajar en ferry a Staten Island, en un descanso de un simposio

realizado en Nueva York. Tampoco había fotografiado —como algunos de sus

colegas— las casuchas derruidas y los ranchos de los barrios pobres de Puerto

Rico en ocasión de una excursión en autocar que efectuaron desde un lujoso hotel

sobre la play a hasta el observatorio de Arecibo. ¿A quién entregarían esas fotos?

Ellie se imaginaba la enorme biblioteca de la KGB dedicada a las injusticias y

contradicciones de la sociedad capitalista. Cuando se sentían desalentados por

algunos fracasos de la sociedad soviética, ¿acaso les reconfortaba revisar las

instantáneas de los imperfectos norteamericanos?

Había muchos científicos brillantes en la Unión Soviética a los que, por delitos

conocidos, desde hacía décadas no se les permitía salir de Europa Oriental.

Konstantinov, por ejemplo, viajó por primera vez a Occidente a mediados de los

años sesenta. Cuando, en una reunión internacional en Varsovia, se le preguntó,

por qué, respondió: « Porque los hijos de puta saben que, si me dejan partir, no

vuelvo más» . Sin embargo, le permitieron salir durante el período en que

mejoraron las relaciones científicas entre ambas naciones a fines de la década

del sesenta y comienzos de la del setenta, y siempre regresó. No obstante, ya no

se lo permitían y no le quedaba más remedio que enviar a sus colegas

occidentales tarjetas en fin de año en las cuales aparecía él con aspecto desolado,

la cabeza baja, sentado sobre una esfera debajo de la cual estaba la ecuación de

Schwarzschild para obtener el radio de un agujero negro. Se hallaba en un

profundo pozo de potencial, explicaba a quienes lo visitaban en Moscú, utilizando

la metáfora de la física. Jamás le concedieron permiso para volver a abandonar

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