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impacto hizo desplomar una pared interior. Hubo once víctimas mortales, y
cuarenta y ocho heridos. Gran cantidad de importantes componentes resultaron
destruidos y, como el Mensaje no mencionaba una explosión entre los métodos
de prueba, se temía que pudieran estar dañados otros componentes que, en
apariencia, no habían sido afectados. Al no tener idea de cómo funcionaba la
Máquina, era necesario ser muy riguroso en su fabricación.
Pese a la cantidad de organizaciones que se atribuy eron la autoría del
atentado, de inmediato las sospechas recay eron sobre dos de los pocos grupos
que no reivindicaban su responsabilidad: los extraterrestres y los rusos. Una vez
más se volvió a hablar de máquinas para provocar el fin del mundo. Los
extraterrestres habían planificado que la Máquina debía estallar, pero felizmente
—se decía— habíamos sido poco cuidadosos en el montaje, y gracias a eso sólo
estalló una pequeña carga. Los detractores encarecían que se suspendiera la
construcción antes de que fuera demasiado tarde, y que se enterraran los
componentes restantes en remotos salitrales.
Sin embargo, la comisión investigadora llegó a la conclusión de que la
Catástrofe de la Máquina —como comenzó a decírsele— había tenido un origen
más terrenal. Las clavijas poseían una cavidad central elipsoidal, de objeto
desconocido, y su pared interior estaba revestida con una maraña de cables de
gadolinio. En esa cavidad se hallaron explosivos plásticos y un reloj, materiales
no incluidos en las instrucciones del Mensaje. Se torneó la clavija, se recubrió la
cavidad, y el producto terminado fue puesto a prueba en una planta que
Cibernética Hadden tenía en Terre Haute (Indiana). Dada la imposibilidad de
confeccionar a mano los cables de gadolinio, fue menester emplear
servomecanismos robot, y éstos a su vez se manufacturaron en un importante
establecimiento fabril que fue necesario levantar. El costo de la edificación fue
sufragado por Cibernética Hadden en su totalidad.
Al inspeccionarse las otras tres clavijas de erbio, se comprobó que no poseían
explosivos. (Los fabricantes soviéticos y japoneses efectuaron varios
experimentos de teledetección antes de osar inspeccionar las suy as). Alguien
había introducido en la cavidad la carga y el reloj, casi al final del proceso de
construcción, en Terre Haute. Una vez que esa clavija —y las de otros lotes—
abandonaron la fábrica, se las transportó a Wy oming en un tren especial, con
custodia armada. El momento elegido para la detonación y el carácter del
sabotaje daban a entender que el autor tenía pleno conocimiento sobre la
construcción de la Máquina, o sea que era alguien de adentro.
No obstante, la pericia no avanzaba. Eran muchos —entre ellos, técnicos,
analistas de control de calidad, inspectores encargados de sellar el componente—
los que habían tenido la oportunidad, si no los medios y la motivación, de cometer
el sabotaje. Los que no aprobaron las pruebas poligráficas, contaban con firmes
coartadas. Ninguno de los sospechosos dejó escapar un comentario indiscreto en