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Contacto - Carl Sagan

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impacto hizo desplomar una pared interior. Hubo once víctimas mortales, y

cuarenta y ocho heridos. Gran cantidad de importantes componentes resultaron

destruidos y, como el Mensaje no mencionaba una explosión entre los métodos

de prueba, se temía que pudieran estar dañados otros componentes que, en

apariencia, no habían sido afectados. Al no tener idea de cómo funcionaba la

Máquina, era necesario ser muy riguroso en su fabricación.

Pese a la cantidad de organizaciones que se atribuy eron la autoría del

atentado, de inmediato las sospechas recay eron sobre dos de los pocos grupos

que no reivindicaban su responsabilidad: los extraterrestres y los rusos. Una vez

más se volvió a hablar de máquinas para provocar el fin del mundo. Los

extraterrestres habían planificado que la Máquina debía estallar, pero felizmente

—se decía— habíamos sido poco cuidadosos en el montaje, y gracias a eso sólo

estalló una pequeña carga. Los detractores encarecían que se suspendiera la

construcción antes de que fuera demasiado tarde, y que se enterraran los

componentes restantes en remotos salitrales.

Sin embargo, la comisión investigadora llegó a la conclusión de que la

Catástrofe de la Máquina —como comenzó a decírsele— había tenido un origen

más terrenal. Las clavijas poseían una cavidad central elipsoidal, de objeto

desconocido, y su pared interior estaba revestida con una maraña de cables de

gadolinio. En esa cavidad se hallaron explosivos plásticos y un reloj, materiales

no incluidos en las instrucciones del Mensaje. Se torneó la clavija, se recubrió la

cavidad, y el producto terminado fue puesto a prueba en una planta que

Cibernética Hadden tenía en Terre Haute (Indiana). Dada la imposibilidad de

confeccionar a mano los cables de gadolinio, fue menester emplear

servomecanismos robot, y éstos a su vez se manufacturaron en un importante

establecimiento fabril que fue necesario levantar. El costo de la edificación fue

sufragado por Cibernética Hadden en su totalidad.

Al inspeccionarse las otras tres clavijas de erbio, se comprobó que no poseían

explosivos. (Los fabricantes soviéticos y japoneses efectuaron varios

experimentos de teledetección antes de osar inspeccionar las suy as). Alguien

había introducido en la cavidad la carga y el reloj, casi al final del proceso de

construcción, en Terre Haute. Una vez que esa clavija —y las de otros lotes—

abandonaron la fábrica, se las transportó a Wy oming en un tren especial, con

custodia armada. El momento elegido para la detonación y el carácter del

sabotaje daban a entender que el autor tenía pleno conocimiento sobre la

construcción de la Máquina, o sea que era alguien de adentro.

No obstante, la pericia no avanzaba. Eran muchos —entre ellos, técnicos,

analistas de control de calidad, inspectores encargados de sellar el componente—

los que habían tenido la oportunidad, si no los medios y la motivación, de cometer

el sabotaje. Los que no aprobaron las pruebas poligráficas, contaban con firmes

coartadas. Ninguno de los sospechosos dejó escapar un comentario indiscreto en

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