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Contacto - Carl Sagan

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—Perdona. Probablemente no sería desnuda. ¿No percibieron ninguna

inversión de la causalidad, nada estrafalario —algo muy loco—, algo relacionado

con lo que estaban pensando, como por ejemplo unos huevos revueltos que

volvieron a armarse en claras y y emas?

Devi entrecerró los ojos para mirar a Vay gay.

—No te preocupes —se apresuró a intervenir Ellie—. Aunque te parezca una

locura, todos ésos son interrogantes serios respecto de los agujeros negros.

—No —dijo Devi—, salvo la pregunta misma. —Luego se le iluminó el rostro

—. Por el contrario, el viaje me resulta maravilloso.

Todos, en especial Vay gay, eran del mismo parecer.

—Esto es una versión acentuada de la censura cósmica —continuó él—. Las

singularidades son invisibles incluso dentro de los agujeros negros.

—Vay gay está bromeando —opinó Eda—. Una vez que se entra en el

horizonte de los sucesos, no hay forma de escapar de la singularidad del agujero

negro.

Pese a la advertencia de Ellie, Devi miraba a Vaygay y Eda con

desconfianza. Los físicos solían inventar palabras y frases para explicar

conceptos alejados de la experiencia cotidiana. Tenían por costumbre evitar los

neologismos, y en cambio se valían de analogías triviales. La otra alternativa era

designar las ecuaciones y los descubrimientos con el nombre de uno u otro. Pero

si alguien los escuchaba sin saber que hablaban de física, seguramente pensaría

que estaban locos.

Ellie se puso de pie para acercarse a Devi, pero en ese instante Xi los

sobresaltó con un alarido. Las paredes del túnel producían movimientos

ondulantes, se cerraban sobre el dodecaedro, lo apretaban hacia adelante. Cada

vez que parecía que el dodecaedro iba a detenerse, las paredes le daban otro

apretón. Ellie comenzó a sentir mareos. En algunos lugares la marcha se tornaba

difícil, las paredes se esforzaban, al tiempo que ondas de contracción y expansión

recorrían el túnel. En los tramos rectos, apenas si lograban deslizarse.

A una gran distancia divisó Ellie un puntito de luz que poco a poco adquiría

mayor intensidad. Un brillo blanco azulado inundó el interior del dodecaedro

reflejándose en los negros cilindros de erbio, y a casi inmóviles. Aunque el viaje

parecía no haber durado más de diez o quince minutos, el contraste entre la luz

tenue de todo el trayecto, y el poderoso resplandor que tenían al frente, era

impresionante. Se precipitaban hacia esa luz, abandonaban el túnel para emerger

luego al espacio. Ante sus ojos, un enorme sol blanco azulado,

sorprendentemente próximo. Ellie comprendió en el acto que se trataba de Vega.

No quería mirarlo directamente, por medio de la lente para largas distancias

focales; hubiera sido una tontería mirar incluso el Sol, que era una estrella más

fría y opaca. No obstante, tomó un papel blanco, lo colocó en el plano focal de la

lente y proyectó una imagen brillante de la estrella. Divisó dos grupos de

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