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—Perdona. Probablemente no sería desnuda. ¿No percibieron ninguna
inversión de la causalidad, nada estrafalario —algo muy loco—, algo relacionado
con lo que estaban pensando, como por ejemplo unos huevos revueltos que
volvieron a armarse en claras y y emas?
Devi entrecerró los ojos para mirar a Vay gay.
—No te preocupes —se apresuró a intervenir Ellie—. Aunque te parezca una
locura, todos ésos son interrogantes serios respecto de los agujeros negros.
—No —dijo Devi—, salvo la pregunta misma. —Luego se le iluminó el rostro
—. Por el contrario, el viaje me resulta maravilloso.
Todos, en especial Vay gay, eran del mismo parecer.
—Esto es una versión acentuada de la censura cósmica —continuó él—. Las
singularidades son invisibles incluso dentro de los agujeros negros.
—Vay gay está bromeando —opinó Eda—. Una vez que se entra en el
horizonte de los sucesos, no hay forma de escapar de la singularidad del agujero
negro.
Pese a la advertencia de Ellie, Devi miraba a Vaygay y Eda con
desconfianza. Los físicos solían inventar palabras y frases para explicar
conceptos alejados de la experiencia cotidiana. Tenían por costumbre evitar los
neologismos, y en cambio se valían de analogías triviales. La otra alternativa era
designar las ecuaciones y los descubrimientos con el nombre de uno u otro. Pero
si alguien los escuchaba sin saber que hablaban de física, seguramente pensaría
que estaban locos.
Ellie se puso de pie para acercarse a Devi, pero en ese instante Xi los
sobresaltó con un alarido. Las paredes del túnel producían movimientos
ondulantes, se cerraban sobre el dodecaedro, lo apretaban hacia adelante. Cada
vez que parecía que el dodecaedro iba a detenerse, las paredes le daban otro
apretón. Ellie comenzó a sentir mareos. En algunos lugares la marcha se tornaba
difícil, las paredes se esforzaban, al tiempo que ondas de contracción y expansión
recorrían el túnel. En los tramos rectos, apenas si lograban deslizarse.
A una gran distancia divisó Ellie un puntito de luz que poco a poco adquiría
mayor intensidad. Un brillo blanco azulado inundó el interior del dodecaedro
reflejándose en los negros cilindros de erbio, y a casi inmóviles. Aunque el viaje
parecía no haber durado más de diez o quince minutos, el contraste entre la luz
tenue de todo el trayecto, y el poderoso resplandor que tenían al frente, era
impresionante. Se precipitaban hacia esa luz, abandonaban el túnel para emerger
luego al espacio. Ante sus ojos, un enorme sol blanco azulado,
sorprendentemente próximo. Ellie comprendió en el acto que se trataba de Vega.
No quería mirarlo directamente, por medio de la lente para largas distancias
focales; hubiera sido una tontería mirar incluso el Sol, que era una estrella más
fría y opaca. No obstante, tomó un papel blanco, lo colocó en el plano focal de la
lente y proyectó una imagen brillante de la estrella. Divisó dos grupos de