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entre procesos de formación y de erosión de la Tierra. Podía notarse claramente
que se trata de un planeta viejo con una civilización nueva.
La may oría de los planetas de la Galaxia debían de ser pretécnicos y
venerables, quizás hasta inertes. Algunos albergarían civilizaciones mucho más
remotas que la nuestra. Debían de ser espectacularmente raros los mundos de
civilizaciones técnicas que acababan de surgir. Eso era tal vez la cualidad más
original de la Tierra.
A la hora del almuerzo, el paisaje había adquirido una tonalidad verde al
sobrevolar el valle del Misisipi. No se percibía casi ninguna sensación de
movimiento en los aviones modernos, pensó Ellie. Miró la silueta dormida de
Peter; su compañero había rechazado con cierta indignación la posibilidad de
aceptar el almuerzo del avión. Del otro lado del pasillo, un ser humano muy
joven —de tres meses, quizás— viajaba cómodamente en brazos de su padre.
¿Qué opinión le merecía al niño el viaje aéreo? Uno llega a un lugar particular,
entra en una estancia alargada llena de butacas y se sienta. La estancia retumba
y se sacude durante cuatro horas. Después, uno se levanta y se va. Por arte de
magia, está en un lugar distinto. Los pormenores del transporte parecen oscuros,
pero la idea básica es fácil de atrapar, no se requiere para ello la especialización
en ecuaciones de Navier-Stokes.
Ya había caído la tarde cuando sobrevolaron Washington, a la espera de
autorización para aterrizar. Ellie divisó, entre el monumento a Washington y el de
Lincoln, una multitud. Según había leído una hora antes en el telefax del Times, se
trataba de una marcha convocada por los negros para protestar contra las
desigualdades económicas y educacionales. Teniendo en cuenta lo justos que
eran sus planteamientos, pensó, habían sido demasiado pacientes. Se preguntó
cómo reaccionaría la Presidenta ante la manifestación de los negros y la
transmisión de Vega, temas ambos sobre los cuales habría de emitir algún
comentario oficial al día siguiente.
—¿Qué quiere decir, Ken, eso de que « se van» ?
—Quiero decir, señora, que nuestras señales de televisión abandonan este
planeta y se internan en el espacio.
—¿Y hasta dónde llegan exactamente?
—Con el debido respeto, señora, no es así como hay que planteárselo.
—¿Cómo, entonces?
—Las señales se expanden desde la Tierra en ondas esféricas, como
pequeñas ondas sobre la superficie del agua. Se desplazan a la velocidad de la luz
—doscientos ochenta mil kilómetros por segundo—, y continúan eternamente.
Cuanto mejores sean los receptores de la otra civilización más lejos podrían
encontrarse ellos, y así y todo recibir nuestras señales de televisión. Nosotros
mismos podríamos detectar una transmisión potente de televisión proveniente de
un planeta que girara en torno de la estrella más cercana.