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Contacto - Carl Sagan

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siempre ese rinconcito secreto de su corazón.

—No fui un buen padre con la madre de Nina —confesó él—. En los últimos

tiempos, casi ni he podido ver a mi nieta.

Paseó la vista a su alrededor. Los jefes de la estación habían buscado a la

persona más amada por cada uno de los Cinco. Quizás el objeto fuese facilitar de

ese modo la comunicación entre dos especies sumamente distintas. Era una

suerte no ver a nadie departiendo amablemente con una copia fiel de sí mismo.

« ¿Y si se pudiera hacer lo mismo en la Tierra?» , se preguntó. ¿Qué pasaría

si, pese a nuestra apariencia y simulación, fuera necesario presentarse en público

con la persona a la que hemos amado más? ¿Y si fuese un requisito esencial para

el discurso social en la Tierra? Todo cambiaría. Imaginó una falange de

miembros de un sexo, rodeando a un solitario miembro del otro. O cadenas de

gente, o círculos. Las letras « H» o « Q» . Figuras en forma de 8. Se podría

corroborar los afectos profundos con sólo mirar la geometría… una especie de

relatividad general aplicada a la psicología social. Las dificultades prácticas

serían considerables, pero nadie podría mentir respecto del amor.

Los Guardianes actuaban de manera cortés pero movidos por la prisa. No

quedaba mucho tiempo para conversar. Una vez más se veía la entrada de la

cámara de aire del dodecaedro, casi en el mismo sitio donde estaba cuando

llegaron. Por razones de simetría, o debido a alguna ley de conservación

interdimensional, había desaparecido la puerta. Se hicieron las presentaciones

generales. Ellie se sintió algo cohibida al explicarle en inglés al emperador Tsin

quién era su padre. Sin embargo, Xi se encargó de traducir, y todos se

estrecharon la mano con aire solemne, como si acabaran de llegar y conocerse

para comer juntos un asado. La esposa de Eda era una belleza, y Surindar Ghosh

la observaba con algo más que desinteresada atención. Devi no daba muestras de

estar celosa; tal vez se sintiera plenamente gratificada con los rasgos tan exactos

del impostor.

—¿Adónde fuisteis cuando atravesasteis la puerta? —le preguntó Ellie en voz

baja.

—A Maidenhall Way, 416.

La miró sin comprender.

—Londres, 1973 —explicó Devi—. Con Surindar. —Hizo un gesto afirmativo

con la cabeza, señalando a Surindar—. Antes de su muerte.

Ellie se preguntó dónde habría ido ella de haber cruzado el umbral;

probablemente al Wisconsin de los años 50. Como no se había presentado donde

debía, su padre tuvo que ir a buscarla. Lo mismo había hecho él en Wisconsin

más de una vez.

A Eda también le habían mencionado un mensaje oculto en lo más recóndito

de un número irracional, pero en su versión no se trataba de pi ni de e, la base de

los logaritmos naturales, sino de una clase de números que ella desconocía. Al

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