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CAPÍTULO TRECE

Babilonia

Con los seres más despreciados por compañía, recorrí las calles de

Babilonia…

SAN AGUSTÍN

Confesiones, II, 3

Se programó la principal computadora de Argos para que comparara

diariamente la multitud de datos recibidos de Vega con los primeros registros del

nivel tres del palimpsesto. En realidad, se cotejaba en forma automática una

larga e incomprensible secuencia de ceros y unos, con otra secuencia similar

anterior. Eso formaba parte de una imponente tarea de intercomparación

estadística de varios tramos del texto, aún no descifrado. Había varios períodos

breves de ceros y unos —que los analistas denominaban « palabras» — que se

repetían una y otra vez. Muchas secuencias aparecían sólo una vez en miles de

páginas de texto. Ellie conocía desde sus épocas de secundaria el enfoque

estadístico para la decodificación de mensajes, pero las subrutinas que proveían

los expertos de la Agencia Nacional de Seguridad, eran brillantes. Dichas

subrutinas se obtenían exclusivamente por una orden de la Presidenta, y aun así

estaban programadas para autodestruirse si se las examinaba muy en detalle.

Qué prodigiosos recursos de la inventiva humana, reflexionaba Ellie, se

destinaban a poder leer la correspondencia de los demás. El enfrentamiento entre

los Estados Unidos y la Unión Soviética —no tan candente en los últimos tiempos

— seguía devorando al mundo. Y no pensaba sólo en los recursos económicos

que se designaban a gastos militares en todos los países, cifra que se aproximaba

a los dos billones de dólares por año, desproporcionada teniendo en cuenta tantas

otras necesidades humanas más urgentes. Lo peor, en su opinión, era el esfuerzo

intelectual que se volcaba en la carrera armamentista.

Se calculaba que casi la mitad de los científicos del planeta trabajaba en

alguno de los casi doscientos organismos militares del mundo. Y no eran la

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