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enviando en ese momento a la Tierra. Unas ocho horas más tarde la estrella se
pone. ¿Hasta aquí voy bien? De acuerdo. Al día siguiente vuelve a salir la estrella
por el este, y ustedes perdieron las páginas remitidas durante el lapso en que no
pudieron observar la estrella, es decir, por la noche. Así, estaríamos recibiendo
desde la página treinta a la cincuenta, desde la ochenta a la cien, y así
sucesivamente. Por más paciente que sea nuestra observación, siempre nos
faltarían grandes tramos de información. Y aunque el mensaje vuelva a
repetirse, existirían brechas.
—Eso es muy cierto —convino Ellie, al tiempo que se dirigía hasta un
inmenso globo terráqueo. Era obvio que la Casa Blanca se oponía al concepto de
oblicuidad de la Tierra puesto que el eje del globo era decididamente vertical.
Ellie lo hizo girar—. La Tierra da vueltas en redondo. Para que no hay a brechas,
harían falta telescopios distribuidos regularmente en numerosas longitudes.
Cualquier país que se dedique a observar sólo desde su territorio, recibirá un
tramo del mensaje, y luego dejará de recibirlo, quizás en la parte más
interesante. Es el mismo tipo de problema con que se enfrenta una de nuestras
naves espaciales interplanetarias que envía información a la Tierra al pasar junto
a algún planeta, pero quizás en ese momento, los Estados Unidos estén orientados
hacia el otro lado. Por eso la NASA cuenta con tres estaciones de rastreo
distribuidas en forma pareja en cuanto a latitud alrededor de la Tierra. A través
de los años, estas relaciones han dado un excelente resultado. Pero… —Su voz se
fue perdiendo, al tiempo que ella posaba sus ojos en P. L. Garrison, funcionario
de la NASA allí presente.
—Bueno, gracias. Sí. La denominamos Red Intergaláctica y estamos muy
orgullosos de ella. Poseemos estaciones en el desierto de Mojave, en España y en
Australia. Desde luego, nuestros recursos financieros no alcanzan, pero con un
poco de ay uda podremos acelerar nuestra labor.
—¿España y Australia? —preguntó la Presidenta.
—Por razones de trabajo puramente científico —decía en ese momento el
secretario de Estado—. Estoy seguro de que no habrá problemas. No obstante, si
este programa de investigación tuviera derivaciones políticas, eso podría
acarrearnos trastornos.
En los últimos tiempos se habían enfriado las relaciones de los Estados Unidos
con ambos países.
—Sin lugar a dudas habrá derivaciones políticas —sostuvo la Presidenta.
—Pero no tenemos por qué atarnos a la superficie de la Tierra —intervino el
general de la Fuerza Aérea—. Sólo se necesitaría instalar un gran radiotelescopio
en nuestra órbita.
—Muy bien. —La Presidenta paseó la mirada por los asistentes—. ¿Tenemos
y a un radiotelescopio espacial? ¿Cuánto tiempo nos llevará la instalación? ¿Quién
lo sabe? ¿Doctor Garrison?