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Contacto - Carl Sagan

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solemnemente el Memorándum de Concordancia, todos los países que contaban

con un radiotelescopio aceptaron cooperar. Se formó una suerte de Consorcio

Mundial para el Mensaje, y de hecho la gente utilizaba esa expresión. Todos

necesitaban del cerebro y de la información de los demás si pretendían descifrar

el Mensaje.

Los diarios no hablaban de otra cosa, y se dedicaban a analizar los escasos

datos conocidos: los números primos, la transmisión de las Olimpiadas, la

existencia de un texto complicado. Era raro encontrar una sola persona en el

planeta que, de una forma u otra, no tuviese noticia del Mensaje proveniente de

Vega.

Las sectas religiosas, tanto las consolidadas como las marginales y otras

inventadas al efecto, discutían los aspectos teológicos del Mensaje. Algunos

sostenían que procedía de Dios, y otros, del diablo. Y lo más sorprendente, había

quienes ni siquiera estaban seguros. Hubo un desagradable resurgimiento del

interés por Hitler y el régimen nazi, y Vay gay le comentó a Ellie que había visto

un total de ocho esvásticas en los avisos de la sección literaria del New York Times

de ese domingo. Ellie le respondió que ocho era lo normal, pero sabía que

exageraba; algunas semanas aparecían tan sólo dos o tres. Un grupo decía tener

pruebas contundentes de que los platillos volantes se habían inventado en la

Alemania de Hitler. Una nueva raza « no mestizada» de nazis había crecido en

Vega, y ya estaba lista para bajar a arreglar los asuntos de la Tierra.

Había quienes consideraban abominable escuchar la señal e instaban a los

observatorios a suspender sus tareas; otros la tomaban como un indicio de la

Segunda Venida, auspiciaban la construcción de radiotelescopios más grandes

aún y pedían que se los instalara en el espacio. Algunos se oponían a la idea de

trabajar con los soviéticos aduciendo que podían suministrar información falsa,

aunque en las longitudes que se superponían estaban dispuestos a aceptar los datos

de iraquíes, indios, chinos y japoneses. También estaban los que percibían un

cambio en el clima político mundial y sostenían que la existencia misma del

Mensaje —aunque nunca se llegara a descifrarlo— estaba produciendo un efecto

moderador en algunos de los países más belicosos. Dado que evidentemente la

civilización transmisora era más avanzada que la nuestra, y como —al menos en

los últimos veintiséis años— no se había autodestruido, algunos sacaban la

conclusión de que no era inevitable que las civilizaciones tecnológicas se

destruyeran a sí mismas. En un mundo que encaraba cautamente la forma de

despojarse de las armas nucleares, pueblos enteros veían en el Mensaje un

motivo de esperanza. Muchos lo consideraban la mejor noticia acaecida en largo

tiempo. Durante décadas, los jóvenes habían tratado de no pensar detenidamente

en el mañana. El Mensaje les daba a entender que quizás hubiese un futuro

benigno, después de todo.

Los que se inclinaban por pronósticos tan alentadores a veces se inmiscuían

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