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Contacto - Carl Sagan

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Probablemente no desees escuchar esto, y te lo cuento con pesar, pero

la hago por tu bien. Tu conducta es lo que más sufrimiento le acarreó en la

vida, incluso más que la muerte de tu padre. Ahora serás todo un personaje

en el mundo, que se codea con políticos y gente importante, pero como ser

humano, no has aprendido nada desde tus épocas de secundaria…

Con los ojos llenos de lágrimas comenzó a hacer una bola con la carta,

cuando notó algo duro en el sobre. Descubrió entonces que dentro había un

holograma parcial con una vieja foto bidimensional por medio de la técnica de

extrapolación de las computadoras. Se trataba de una foto que nunca había visto.

En ella aparecía su madre, una mujer joven y bonita, que sonreía a la cámara, y

con un brazo rodeaba los hombros del padre de Ellie. Él daba la impresión de

llevar un día entero sin afeitarse, y a ambos se los veía radiantes de felicidad.

Con una mezcla de angustia, culpa, enojo con Staughton y cierto grado de

autocompasión, no le quedó más remedio que aceptar que jamás habría de

volver a ver a ninguna de las personas de esa foto.

La madre yacía inmóvil sobre la cama, con una expresión extraña, que no

era de alegría ni de tristeza, como de… espera. Su único movimiento era, de vez

en cuando, un parpadeo. Imposible saber si oía o entendía lo que le decían. Ellie

no pudo dejar de pensar en los esquemas de comunicación; un parpadeo podía

significar « sí» ; dos, « no» . También, si traían un encefalógrafo con un tubo de

rayos catódicos que su madre pudiera ver, quizá fuera posible enseñarle a

modular sus ondas beta. Pero ésa era su madre, no una constelación, y lo que allí

hacía falta no eran algoritmos de descifrado sino sentimiento.

Tomó la mano de la anciana y habló durante horas. Evocó su infancia,

recuerdos de sus padres. Recordó un episodio de cuando era pequeñita y

jugueteaba entre las sábanas tendidas, cuando de pronto la alzaron en brazos

acercándola al cielo. Mencionó a John Staughton. Pidió disculpas por muchas

cosas. También derramó algunas lágrimas.

Como su madre estaba desarreglada, buscó un cepillo y la peinó. Observó ese

rostro surcado por arrugas, y reconoció el propio. Los ojos húmedos tenían la

mirada fija en ella, y de vez en cuando pestañeaban como a una gran distancia.

—Ya sé de dónde provengo —musitó Ellie.

La madre meneó la cabeza en forma casi imperceptible, como si se

lamentara por tantos años de haber estado separada de su hija. Ellie le dio un

suave apretón en la mano, y le pareció sentir que ella le respondía de la misma

manera.

Le habían dicho que la vida de su madre no corría peligro. De producirse

algún cambio en su estado, le avisarían a Wyoming. Al cabo de unos días podrían

llevarla de regreso al asilo donde, le aseguraron, estaban en condiciones de

atenderla como correspondía.

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