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Probablemente no desees escuchar esto, y te lo cuento con pesar, pero
la hago por tu bien. Tu conducta es lo que más sufrimiento le acarreó en la
vida, incluso más que la muerte de tu padre. Ahora serás todo un personaje
en el mundo, que se codea con políticos y gente importante, pero como ser
humano, no has aprendido nada desde tus épocas de secundaria…
Con los ojos llenos de lágrimas comenzó a hacer una bola con la carta,
cuando notó algo duro en el sobre. Descubrió entonces que dentro había un
holograma parcial con una vieja foto bidimensional por medio de la técnica de
extrapolación de las computadoras. Se trataba de una foto que nunca había visto.
En ella aparecía su madre, una mujer joven y bonita, que sonreía a la cámara, y
con un brazo rodeaba los hombros del padre de Ellie. Él daba la impresión de
llevar un día entero sin afeitarse, y a ambos se los veía radiantes de felicidad.
Con una mezcla de angustia, culpa, enojo con Staughton y cierto grado de
autocompasión, no le quedó más remedio que aceptar que jamás habría de
volver a ver a ninguna de las personas de esa foto.
La madre yacía inmóvil sobre la cama, con una expresión extraña, que no
era de alegría ni de tristeza, como de… espera. Su único movimiento era, de vez
en cuando, un parpadeo. Imposible saber si oía o entendía lo que le decían. Ellie
no pudo dejar de pensar en los esquemas de comunicación; un parpadeo podía
significar « sí» ; dos, « no» . También, si traían un encefalógrafo con un tubo de
rayos catódicos que su madre pudiera ver, quizá fuera posible enseñarle a
modular sus ondas beta. Pero ésa era su madre, no una constelación, y lo que allí
hacía falta no eran algoritmos de descifrado sino sentimiento.
Tomó la mano de la anciana y habló durante horas. Evocó su infancia,
recuerdos de sus padres. Recordó un episodio de cuando era pequeñita y
jugueteaba entre las sábanas tendidas, cuando de pronto la alzaron en brazos
acercándola al cielo. Mencionó a John Staughton. Pidió disculpas por muchas
cosas. También derramó algunas lágrimas.
Como su madre estaba desarreglada, buscó un cepillo y la peinó. Observó ese
rostro surcado por arrugas, y reconoció el propio. Los ojos húmedos tenían la
mirada fija en ella, y de vez en cuando pestañeaban como a una gran distancia.
—Ya sé de dónde provengo —musitó Ellie.
La madre meneó la cabeza en forma casi imperceptible, como si se
lamentara por tantos años de haber estado separada de su hija. Ellie le dio un
suave apretón en la mano, y le pareció sentir que ella le respondía de la misma
manera.
Le habían dicho que la vida de su madre no corría peligro. De producirse
algún cambio en su estado, le avisarían a Wyoming. Al cabo de unos días podrían
llevarla de regreso al asilo donde, le aseguraron, estaban en condiciones de
atenderla como correspondía.