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reunidos apresuradamente. Washington confirmó su presencia sólo cuando la
noticia estaba por darse a publicidad en Hokkaido. La breve nota periodística
consignaba que se trataba de una visita de rutina, que no había crisis ni peligro
alguno y que « nada extraordinario se había comunicado en el Centro de
Integración de Sistemas, situado al norte de Sapporo» . En un vuelo nocturno
procedente de Moscú, llegaron entre otros, Stefan Baruda y Timofei Gotsridze.
Sin lugar a dudas, a ninguno de los dos grupos les entusiasmaba la idea de pasar
las vacaciones de Año Nuevo lejos de sus familias. Sin embargo, el tiempo que
reinaba en Hokkaido les resultó una grata sorpresa; tanto calor hacía que las
esculturas de Sapporo se derritieran, y el dodecaedro de hielo se había convertido
en un pequeño glaciar informe; el agua chorreaba por las superficies
redondeadas, que antes fueran las aristas de los planos pentagonales.
Dos días más tarde sobrevino una intensa tormenta invernal, por cuy o motivo
quedó interrumpido el tránsito hacia la planta industrial de la Máquina, incluso en
vehículos con tracción en las cuatro ruedas. Se cortaron algunos enlaces de radio
y televisión; al parecer, se derrumbó una torre de microondas. Durante la mayor
parte de los nuevos interrogatorios la única comunicación con el mundo exterior
fue el teléfono. También podría serlo el dodecaedro, pensó Ellie, con grandes
deseos de subir subrepticiamente de nuevo allí y poner en marcha los benzels.
Pese a que le tentaba la fantasía, sabía que no había forma de determinar si la
Máquina podría volver a funcionar, al menos desde el extremo terrestre del túnel.
Él le había anticipado que no. Ellie se permitió volver a pensar en la playa… y en
su padre. Cualquiera que fuese el resultado, una profunda herida que llevaba en
su interior se había curado; tanto, que hasta le parecía sentir que el tejido se
cicatrizaba. Había sido la psicoterapia más costosa del mundo, y eso ya es
mucho decir, reflexionó.
A Xi y Sukhavati los interrogaron representantes de sus propios países. Si bien
Nigeria no había desempeñado un papel importante en la recepción del Mensaje
ni en la fabricación de la Máquina, Eda accedió a conversar largo y tendido con
funcionarios nigerianos. Sin embargo, fue una indagación superficial comparada
con el interrogatorio a que los sometieron los directivos del proyecto. Vaygay y
Ellie debieron soportar sesiones mucho más minuciosas, dirigidas por equipos de
alto nivel traídos expresamente de los Estados Unidos y la Unión Soviética. Al
principio, en estos interrogatorios se excluía a personas de otra nacionalidad, pero
luego, al canalizarse muchas quejas por medio del Consorcio Mundial para la
Máquina, los Estados Unidos y la Unión Soviética accedieron a internacionalizar
una vez más las sesiones.
Kitz fue el encargado de interrogar a Ellie, y teniendo en cuenta la poca
anticipación con que se lo habrían notificado, llamaba la atención lo bien
preparado que se presentó. Valerian y Der Heer procuraban interceder por ella
de vez en cuando, pero el espectáculo lo dirigía Kitz.