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Contacto - Carl Sagan

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No obstante, en ese momento temía no poder enfrentarse —y mucho menos

conquistar— a un extraterrestre. No se había tenido en cuenta ese aspecto al

seleccionar a los Cinco. Nadie les preguntó si les daban miedo los ratones, los

enanos o los marcianos porque sencillamente no se le cruzó por la mente a

ningún comité examinador. Le llamaba la atención que a nadie se le hubiese

ocurrido puesto que se trataba de algo importante.

Había sido un error enviarla a ella. Tal vez caería en desgracia si debía

representarse delante de un galáctico con serpientes en el pelo, o peor aún, era

probable que, si la sometían a una prueba, inclinaría la balanza en contra, y la

especie humana sería suspendida en el examen. Contempló con aprensión y

añoranza a un mismo tiempo la enigmática puerta cuy a base había quedado bajo

el agua al subir la marea.

Divisó la silueta en la play a, a lo lejos. Primero supuso que era Vay gay, que

ya había terminado su prueba y venía a contarle la buena noticia. Luego reparó

en que la persona no vestía mono y que era más joven, más vital. Tomó la

cámara, pero por alguna razón vaciló. Se puso de pie y se llevó la mano a los

ojos para protegerse del resplandor del sol. Por un momento tuvo la sensación…

No, eso era imposible. No creía que fuesen a aprovecharse de ella con tanto

descaro.

Sin embargo, no pudo contenerse y echó a correr hacia él por la parte firme

de la arena, junto a la orilla. El hombre estaba igual que en la última foto suy a,

feliz, lleno de energía, con la barba crecida luego de un día sin afeitarse.

Ahogada en sollozos, se echó en sus brazos.

—Hola, Pres —la saludó él, acariciándole el pelo.

La voz era exacta, tal como la recordaba. También el porte, el aroma, la risa,

el roce de la barba contra su mejilla. Todo junto contribuy ó a hacerle perder el

aplomo. Ellie tuvo la sensación de que se descorría una imponente roca y

entraban los primeros ray os de luz en una tumba antigua, casi olvidada.

Tragó saliva y procuró dominarse, pero la enorme angustia que la conmovía

le provocó otro acceso de llanto. Él le dio tiempo para reponerse, dirigiéndole la

misma mirada tranquilizadora que recordaba haber visto en su rostro al pie de la

escalera aquel día en que por primera vez ella se atrevió a emprender el temible

descenso sin ay uda de nadie. Lo que más había añorado era poder volver a verlo,

pero siempre contuvo su anhelo dado lo imposible de llevarlo a cabo. En ese

momento, en cambio, lloraba por todos los años que los habían separado.

De niña aún, y hasta de joven, solía soñar que llegaba él y le anunciaba que

su muerte había sido un error, que en realidad estaba vivo. Pero esas fantasías le

costaban caras, al despertarse luego en un mundo donde él y a no estaba.

Y en ese momento, de pronto, lo tenía consigo, y no era un sueño ni una

aparición, sino un ser de carne y hueso… o algo semejante. La había llamado

desde el cosmos, y ella había acudido a la cita.

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