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Contacto - Carl Sagan

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largo plazo. Entre los puntos a estudiarse se hallaban los alrededores de Sagitario

A en el centro de la Galaxia, y la poderosa fuente extragaláctica emisora de

radioondas, Cy gnus A. Los telescopios de Argos se utilizaban como parte de una

red de antenas de fase, enlazados con sus similares soviéticos de Samarkand. La

red conjunta de antenas norteamericanosoviética funcionaba como si fuera un

único radiotelescopio del tamaño de la Tierra. Al operar en una longitud de onda

de unos pocos centímetros, podían captar radiaciones tan mínimas como las del

sistema solar interno, aun si provinieran de enormes distancias, como por

ejemplo, del centro mismo de la Galaxia. O tal vez de las dimensiones de la

Estación.

Dedicaba gran parte de su tiempo a escribir, a modificar los programas

existentes y a redactar, con la may or precisión posible de detalles, los hechos

salientes que acaecieron en los veinte minutos —hora de la Tierra— posteriores a

la puesta en marcha de la Máquina. En la mitad de la tarea emprendida tomó

conciencia de que su trabajo era samizdat, tecnología de máquina de escribir y

papel carbónico, como el sistema que empleaban los rusos para hacer circular

manuscritos clandestinos. Guardó entonces el original y dos copias en su caja

fuerte, escondió una tercera copia debajo de un tablón flojo en el sector de

electrónica del Telescopio 49, y quemó el carbónico. Al cabo de un mes y medio

había concluido la reprogramación, y justo cuando sus pensamientos se dirigían a

Palmer Joss, éste se presentó en la verja de entrada de Argos.

Había logrado el acceso mediante unas llamadas telefónicas por parte de un

asesor presidencial de quien Joss era amigo, por supuesto desde hacía mucho

tiempo. Aun en esa región sureña, donde todo el mundo adoptaba un aire

informal en su indumentaria, Joss vestía su habitual camisa blanca, chaqueta y

corbata. Ellie le regaló la hoja de palmera, le agradeció el colgante y —pese a la

prohibición de Kitz de que relatara su fantasiosa experiencia— enseguida le contó

todo.

Siguieron la costumbre de los científicos soviéticos quienes, cuando tenían que

expresar alguna idea políticamente no ortodoxa, sentían la necesidad de salir a

dar un paseo. De vez en cuando Joss se detenía y se inclinaba hacia Ellie y ella

reaccionaba tomándolo del brazo para reanudar la marcha.

Él la escuchó haciendo gala de una gran inteligencia y generosidad, máxime

por tratarse de una persona con ideas religiosas que podían resultar erosionadas

en su base por el relato… si él les daba el menor crédito. Contrariamente a lo que

ocurrió en ocasión de su primer encuentro, esa vez Ellie pudo mostrarle las

instalaciones de Argos. Ellie sentía un gran placer al compartir con él esos

momentos.

Al parecer de casualidad encararon la angosta escalera exterior del

Telescopio 49. El espectáculo de los ciento treinta radiotelescopios —la may oría

de ellos que giraban sobre sus propias vías de ferrocarril— no tenía igual sobre la

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