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estilo, pero no hizo comentario alguno.
El Festival de Tanabata de Sendai se había convertido en un sucedáneo
televisivo para la gente que no podía contemplar las verdaderas estrellas Altair y
Vega. Ellie se preguntó si los veganos seguirían transmitiendo eternamente el
Mensaje. En parte debido a que se estaba concluyendo la fabricación de la
Máquina japonesa, se la mencionó asiduamente en las emisiones de ese año del
Festival. No obstante, no se invitó a los Cinco —como solía llamárselos— a
participar en ningún programa de televisión, y muy poca gente estaba al tanto de
su presencia en Sapporo con motivo del Festival. Sin embargo, muchos
reconocieron enseguida a Ellie, Eda y Sukhavati, quienes regresaron luego al
paseo Obori en medio de los gentiles aplausos de los transeúntes. Algunos
también les hacían reverencias. Por los altavoces de una casa de discos se oía
una atronadora música de rock. Tendido al sol, un perro viejo de ojos legañosos,
al verlos pasar, sacudió débilmente la cola.
Los comentaristas japoneses hablaban de Maquiefecto, El Camino de la
Máquina, es decir, la idea de la Tierra como planeta, habitado por seres que
compartían un mismo interés en el futuro. Algo semejante habían proclamado
algunas religiones, aunque no todas. Era comprensible que los fieles de esas
congregaciones se negaran a aceptar la visión, la perspectiva que se le atribuía a
una Máquina inédita. Si para admitir un nuevo enfoque del lugar que ocupamos
en el universo —reflexionó Ellie— hace falta una conversión religiosa, entonces
estamos frente a una revolución teológica en el mundo entero. La idea de
Maquiefecto influía hasta en los milenaristas norteamericanos y europeos. Pero
si la Máquina no funcionaba y desaparecía el Mensaje, ¿cuánto tiempo habría de
durar dicho planteamiento? « Aun si cometimos algún error en la interpretación o
la fabricación» , pensó, « aun si no llegáramos a descifrar nada más sobre los
veganos, el Mensaje de por sí constituye una prueba fehaciente de que existen
otros seres en el universo, y que son más avanzados que nosotros. Esto debería
bastar para mantener unido el planeta durante un tiempo» , se dijo.
Le preguntó a Eda si nunca había tenido una experiencia religiosa que lo
transformara.
—Sí —respondió él.
—¿Cuándo? —A veces era necesario alentarlo para que hablara.
—La primera vez que tomé contacto con Euclides. También, cuando
comprendí la gravitación newtoniana, las ecuaciones de Maxwell, la teoría de la
relatividad, y cuando trabajé en el tema de la superunificación. He sido muy
afortunado en tener muchas experiencias religiosas.
—No; tú sabes a qué me refiero, a algo que no pertenezca al plano de la
ciencia.
—Jamás —repuso él al instante—. Jamás, salvo en la ciencia.
Eda le contó ciertos datos sobre su religión. Él no se consideraba sujeto a