You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
notablemente el estado de ánimo general, había muchos que coincidían con
Drumlin, que contemplaban con añoranza el milagro tecnológico que
representaban los ciento treinta y un radiotelescopios de Argos y anhelaban
poder usarlos para sus propios programas, indudablemente meritorios. Ellie
adoptó frente a Dave un tono a ratos conciliador, a ratos polémico, pero de nada
le sirvió. El hombre no estaba de buen humor.
El coloquio de Drumlin tuvo por fin demostrar que no existían extraterrestres
por ninguna parte. Si el ser humano había avanzado tanto en unos pocos miles de
años de alta tecnología, cuánto más profundos debían de ser los conocimientos —
conjeturó— de una especie más adelantada. Seguramente serían capaces de
mover las estrellas, de cambiar la configuración de las galaxias. Y, sin embargo,
no había en toda la astronomía ni el menor fenómeno que no pudiese explicarse
por procesos naturales o que hubiera que atribuir a la acción de seres más
inteligentes. ¿Por qué Argos no había captado ninguna señal radioeléctrica hasta
el presente? ¿Acaso suponían que debía haber un solo radiotransmisor en todo el
espacio? ¿No se daban cuenta de los miles de millones de estrellas que ya
llevaban estudiadas? El experimento sin duda era valioso, pero había concluido.
Ya no tendrían que examinar el resto del firmamento puesto que conocían la
respuesta: ni en el espacio más remoto, ni cerca de la Tierra, había el menor
indicio de vida de extraterrestres. Esos seres no existían.
En el período asignado para formular preguntas, uno de los astrónomos de
Argos quiso saber la opinión de Drumlin acerca de la teoría según la cual los
extraterrestres existen, pero prefieren no dar a conocer su presencia para que los
humanos no sepan que hay seres más inteligentes en el cosmos, tal como un
especialista en el comportamiento de los primates puede querer observar a un
grupo de chimpancés del bosque, pero sin interferir en sus actividades. A modo
de respuesta, Drumlin planteó un interrogante distinto: ¿Es posible que, habiendo
millones de civilizaciones en la Galaxia, no hay a ni un solo cazador furtivo? ¿Se
puede suponer que todas las civilizaciones de la Galaxia tengan la ética de no
interferencia? ¿Acaso podemos suponer que ninguno de ellos se va a acercar a
husmear alrededor de la Tierra?
—En la Tierra —repuso Ellie—, los cazadores furtivos y los guardabosques
están prácticamente en un mismo nivel tecnológico. Pero si el guardabosque
diera un gran paso adelante —si contara por ejemplo con radar y helicópteros—,
los cazadores furtivos y a no podrían operar.
Para despejarse, Ellie tenía por costumbre salir sola a dar una vuelta en su
extravagante coche, un Thunderbird 1958 descapotable muy bien conservado. A
menudo plegaba la capota y corría de noche a alta velocidad por el desierto, con
las ventanillas bajas y el pelo al viento. Tenía la sensación de que, a través de los
años, y a conocía hasta el pueblecito más misérrimo, todos los cerros y valles, y
también hasta el último policía caminero del sur de Nuevo México. Luego de uno