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primera ciudad aniquilada por un arma nuclear: « Descansen en paz puesto que
nunca volverá a suceder» .
Todos los días se enviaban disparadores de fisión de igual número de ojivas
norteamericanas y soviéticas a un lugar especial, dirigido por técnicos de ambos
países. Se extraía el plutonio, se lo sellaba y transportaba a plantas nucleares,
donde lo convertían en electricidad. Ese proy ecto conocido como el Plan Gayler
por el nombre de un almirante norteamericano, fue aclamado por haber
conseguido transformar las espadas en arados. Dado que los países conservaban
aún un aterrador potencial de represalia, hasta las instituciones militares dieron
buena acogida a la idea. Nadie, ni siquiera los generales, desea la muerte de sus
hijos, y la guerra atómica es la negación de las tradicionales virtudes del militar:
nada tiene de valeroso el apretar un botón. La televisión registró en directo la
primera ceremonia de despojo. En la pantalla aparecieron cuatro técnicos
norteamericanos y soviéticos, vestidos de blanco, que empujaban sobre sus
ruedas dos enormes objetos metálicos color gris opaco, cada uno de ellos
adornado con franjas, estrellas, hoces y martillos. Un enorme sector de la
población mundial pudo presenciar el acontecimiento. En los noticieros de la
noche se hicieron recuentos de cuántas armas estratégicas había desmantelado
cada una de las potencias, y cuántas más quedaban aún. En el término de poco
más de dos décadas, también esa noticia llegaría a Vega.
En el curso de los años siguientes continuó el desmantelamiento, casi sin
pausa. Al principio no se notó un gran cambio de doctrina estratégica, pero poco
a poco fue sintiéndose el efecto a medida que se iban eliminando los sistemas de
armamento más poderosos. En el último año y medio fue notable el grado de
desarme alcanzado por Rusia y los Estados Unidos. Muy pronto se observó la
presencia de equipos de inspección de cada país en territorio del otro, pese a las
voces de protesta que elevaban los militares de ambas potencias. Las Naciones
Unidas de pronto advirtieron que podían mediar eficazmente en litigios
internacionales, a tal punto que se resolvieron los conflictos de Nueva Guinea y
los problemas fronterizos entre Argentina y Chile. Incluso se llegó a hablar con
fundamento de un tratado de no agresión entre la OTAN y el Pacto de Varsovia.
Los delegados a la primera sesión plenaria del Consorcio Mundial para el
Mensaje llegaron con una predisposición hacia la cordialidad sin precedentes en
otros tiempos.
Estaban representados los países que tenían que ver con el Mensaje, incluso
aquellos que contaban apenas con una mínima información. Todos habían
enviado delegados científicos y políticos, y asombrosamente algunos incluyeron
también agregados militares. Algunas delegaciones nacionales estaban
encabezadas por sus ministros de Asuntos Exteriores y hasta por jefes de Estado.
Uno de los integrantes de la delegación británica era el vizconde Boxforth, el
« Sello Real» de la corona, título honorífico que a Ellie le resultaba muy