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Contacto - Carl Sagan

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y la recompensa. No menciono a Jesús en lo más mínimo. Una parte de mi

mensaje es que el hombre no ocupa un lugar central en el propósito del Cosmos.

La aventura que viví nos vuelve a todos muy pequeños.

—Sí, pero también engrandece a Dios.

Ella le lanzó una breve mirada antes de proseguir.

—Usted sabe que la Tierra gira alrededor del Sol; sin embargo, los poderes de

este mundo —poderes religiosos, seculares— en una época sostenían que la

Tierra no se movía. Ellos se dedicaban nada más que a ser poderosos, o al menos

creían serlo, y la verdad los hacía sentir muy pequeños. Como la verdad los

atemorizaba y socavaba su poder, decidieron suprimirla: les resultaba peligrosa.

¿Usted está seguro de lo que implica creer en mis palabras?

—Yo he estado siempre en la búsqueda, Eleanor, y después de tantos años,

créame que sé distinguir la verdad cuando la veo. Cualquier fe que admite la

verdad, que se esfuerce por conocer a Dios, debe ser lo suficientemente valerosa

como para dar cabida al universo, y me refiero al verdadero universo. Todos

esos años luz… todos esos mundos… Cuando pienso en la magnitud de su

universo, en las oportunidades que le da al Creador, me lleno de asombro. Nunca

me gustó la idea de que la Tierra fuera, para Dios, como una banqueta para

apoy ar los pies. Esa versión es demasiado tranquilizadora, como un cuento

infantil… como un sedante. Sin embargo, el universo suy o tiene espacio

suficiente, y tiempo suficiente, para la clase de Dios en que y o creo.

» Estoy convencido de que usted no necesita más pruebas, que le basta con

las que y a tiene. Las teorías sobre Cy gnus A y todo lo demás son para los

científicos. Usted supone que le costaría mucho persuadir al hombre común de

que no miente, pero y o opino que le sería muy fácil. Usted piensa que su historia

es demasiado extraña y peculiar; sin embargo, y o y a la he escuchado antes, la

conozco perfectamente. Y apuesto que usted también.

Cerró los ojos y, al cabo de un instante, recitó:

—« Él soñó y contempló una escalera apoy ada sobre la tierra, cuy o extremo

llegaba al cielo: y contempló a los ángeles de Dios subiendo y bajando por ella…

Seguramente el Señor se encuentra en este lugar, pero sabía que no era así…

Ésta no es otra que la Casa de Dios, y ésta es la puerta el cielo» .

Se había dejado transportar, como si se hallara predicando desde el púlpito de

una catedral. Abrió luego los ojos y esbozó una sonrisita como si con ella quisiera

pedirle disculpas. Siguieron caminando por una ancha avenida flanqueada a

ambos lados por inmensos telescopios. Al rato, Joss retomó la palabra.

—Su historia y a fue profetizada, ya ha sucedido. En algún rinconcito de su

ser, quizá y a lo sabía. Los detalles que me presenta no figuran en el Génesis,

desde luego. El relato del Génesis era el adecuado para los tiempos de Jacob, tal

como el suy o lo es para nuestra era. La gente le va a creer, Eleanor. Millones de

personas del mundo entero le creerán, se lo aseguro.

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