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había indicios para suponer que los soviéticos fuesen los autores del sabotaje. Por
el contrario, y a que a los dos países se les había asignado el mismo número de
tripulantes, había un enorme incentivo para apoy ar la terminación de la Máquina
norteamericana. « Si nuestra tecnología está en un nivel tres —explicaba el
Director de Inteligencia Central—, y el enemigo y a se encuentra en el nivel
cuatro, uno se alegra cuando, de pronto, surge la tecnología de nivel quince,
siempre y cuando tengamos igual acceso a ella, y recursos adecuados» . Muy
pocos funcionarios estadounidenses culpaban a los rusos por el sabotaje, tal como
lo expresó públicamente la Presidenta en más de una ocasión. Pero los viejos
hábitos son difíciles de erradicar.
« Ningún grupo de insensatos, por organizados que estén, podrá desviar a la
humanidad de su histórico derrotero» , declaró la Presidenta. En la práctica, sin
embargo, era muy difícil llegar a un consenso nacional y a que, a raíz del
sabotaje, volvían a ponerse sobre el tapete todas las objeciones surgidas
anteriormente. La perspectiva de que los rusos terminaran antes su Máquina fue
lo único que alentó a los norteamericanos a proseguir.
La señora de Drumlin quería una ceremonia sencilla para las exequias de su
marido, pero en esa cuestión, como en muchas otras, no pudo llevar a cabo sus
deseos. Gran número de físicos, funcionarios de Estado, radioastrónomos, buzos
aficionados, entusiastas del acuaplano y la comunidad mundial de SETI,
quisieron estar presentes. Primero se pensó realizar un funeral en la catedral de
San Juan el Divino, de Nueva York, por ser la única iglesia del país de tamaño
adecuado, pero la mujer de Drumlin ganó una pequeña victoria al lograr que se
efectuara al aire libre, en Missoula (Montana), la ciudad natal de su marido. Las
autoridades aceptaron la decisión porque Missoula les simplificaba los problemas
vinculados con la seguridad.
A pesar de que Valerian no resultó herido con heridas graves, los médicos le
aconsejaron no asistir el entierro; no obstante, desde un sillón de ruedas pronunció
uno de los discursos de despedida. El genio de Drumlin, dijo Valerian, residía en
saber qué preguntas debía formular. Había encarado escépticamente el problema
de SETI, porque el escepticismo y acía en el corazón de la ciencia. Una vez que
quedó claro que se estaba recibiendo un Mensaje, no hubo nadie más dedicado ni
más imaginativo que él, para emprender la decodificación. En representación de
la Presidenta, el subsecretario de Defensa Michael Kitz puso de relieve las
cualidades de Drumlin, su calidez, la importancia que daba a los sentimientos de
los demás, su inteligencia, su notable habilidad para los deportes. De no haber
mediado ese cobarde y trágico atentado, Drumlin habría pasado a la historia
como el primer norteamericano que llegó a otra estrella.
Ellie no quería ser uno de los oradores, le advirtió a Der Heer. Nada de
entrevistas. Quizás algunas fotos porque sabía lo importantes que eran las
fotografías. No se tenía confianza como para decir lo que correspondía. Si bien