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ellos era en cierto sentido, un rebelde.
Eda, por ejemplo, era un gran físico, y había descubierto lo que se conocía
como « superunificación» , elegante teoría de la física que abarcaba toda la
gama de casos especiales, desde la ley de gravedad hasta los cuásares. La
importancia de su trabajo era semejante a la de Isaac Newton o la de Albert
Einstein, y de hecho a Eda se lo comparaba con ambos. Se trataba de un
musulmán oriundo de Nigeria —dato no muy insólito de por sí—, pero apoyaba a
una facción islámica no ortodoxa denominada Ahmadiyah, a la que también
pertenecían los sufis. Los sufis —explicó Eda la noche de la cena con el abad
Utsumi— eran para el Islam lo que el Zen para el budismo. Ahmadiy ah abogaba
por un « jihad de la pluma, no de la espada» .
Pese a ser un hombre sereno, de temperamento humilde, era también un
feroz opositor al concepto musulmán más convencional de jihad —o guerra santa
—, y en cambio propiciaba el libre intercambio de ideas. Debido a esa posición
suy a era combatido por el sector musulmán más conservador; tanto fue así que
varios países islámicos objetaron su designación como tripulante de la Máquina.
Tampoco fueron los únicos. El hecho de que fuera negro, laureado con el premio
Nobel —considerado por algunos como el ser más inteligente de la tierra— y a
fue demasiado para aquellos que disimulaban su racismo bajo una fachada de
aceptación social. Cuando, cuatro años antes, Eda visitó en prisión a ciertos
activistas, se produjo un marcado resurgimiento del orgullo entre los negros
norteamericanos. Eda tenía la virtud de dejar en evidencia lo peor de los racistas,
y lo mejor de todos los demás.
—Dedicarle tiempo a la física es un lujo —le comentó a Ellie—. Mucha
gente podría hacer lo mismo si contara con iguales oportunidades, pero si
tenemos que recorrer las calles en busca de alimentos, no nos quedará tiempo
para la física. Mi obligación, por lo tanto, es mejorar las condiciones para los
jóvenes científicos de mi país.
A medida que ascendía a la categoría de héroe nacional en Nigeria, comenzó
a hacer oír su voz para denunciar la corrupción, para acentuar la importancia de
la honestidad en la ciencia y en todos los otros campos, para convencer a su
pueblo de que Nigeria podía convertirse en un gran país. Tenía la misma
población que los Estados Unidos en 1920, decía. Era una nación rica en recursos,
y sus numerosas culturas constituían su fuerza. Si Nigeria lograba superar sus
problemas —sostenía—, podía ser un ejemplo para el resto del mundo. Si bien
buscaba el retiro y la soledad en todo lo demás, defendía esas cuestiones a voz en
cuello. Muchos hombres y mujeres de Nigeria —musulmanes, cristianos y
animistas— tomaban muy en serio sus conceptos.
Uno de los rasgos más notables de Eda era su modestia. Rara vez expresaba
opiniones. Respondía en forma lacónica cada vez que se le formulaban preguntas
directas. Sólo en sus escritos —o en el lenguaje oral, cuando uno y a lo conocía