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Contacto - Carl Sagan

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amenazó con desheredarla si contraían matrimonio. El padre le advirtió que, si se

casaba, llevaría luto como si ella hubiese muerto. De todas formas se casaron.

« No me quedaba otra salida; estábamos demasiado enamorados» , confesó. Ese

mismo año él murió de septicemia, que contrajo al practicar una autopsia sin la

adecuada supervisión.

En vez de reconciliarla con su familia, la muerte de Surindar consiguió

exactamente lo contrario. Devi se doctoró en medicina y decidió permanecer en

Inglaterra. Descubrió su gusto por la biología molecular y muy pronto se dio

cuenta de que tenía un verdadero talento para tan rigurosa disciplina. La

reproducción del ácido nucleico la alentó a investigar el origen de la vida y eso a

su vez la indujo a considerar la vida en otros planetas.

—Podríamos decir que mi carrera científica ha sido una secuencia de

asociaciones libres; una cosa me fue llevando a la otra.

Últimamente se había dedicado a la caracterización de materia orgánica

procedente de Marte. Si bien nunca volvió a casarse, decía que varios hombres la

pretendían. Desde hacía un tiempo salía con un científico de Bombay, experto en

computadoras.

Siguieron caminando hasta la Cour Napoleón, el patio interior del museo del

Louvre. En el centro, la recientemente construida —y muy criticada— entrada

piramidal; alrededor del patio, en altos nichos, había esculturas de los héroes de la

civilización francesa. Debajo de cada hombre venerado —muy pocos ejemplos

de mujeres pudieron ver— figuraba el apellido. Algunas de las inscripciones

estaban gastadas, por la erosión natural o por la mano de algún ofendido visitante.

Frente a una o dos estatuas, costaba mucho adivinar quién había sido el personaje

ilustre. En uno de los monumentos, el que había provocado el may or

resentimiento del público, apenas quedaban tres letras.

A pesar de que se estaba poniendo el sol y el Louvre permanecía abierto casi

hasta la noche, no entraron sino que continuaron caminando junto al Sena,

siguiendo el curso del río hasta el Quai d’Orsay. Los puestos de venta de libros

estaban y a por cerrar. Prosiguieron su paseo tomadas del brazo, a la usanza

europea.

Delante de ellas iba un matrimonio francés; los padres sostenían de la mano a

su hijita, una niña de aproximadamente cuatro años quien, de vez en cuando,

daba un brinco en el aire. Daba la impresión de que, en su momentánea

suspensión en gravedad cero, la criatura experimentaba algo parecido al éxtasis.

Los padres hacían comentarios sobre el Consorcio Mundial para el Mensaje, lo

cual no era de extrañar puesto que era el tema dominante en todos los periódicos.

El hombre aprobaba la idea de fabricar la Máquina, y a que ello implicaría

utilizar nuevas tecnologías y crear más empleos en Francia. La mujer era más

cautelosa, por motivos que no sabía exponer con claridad. La hijita, con sus

trenzas al viento, no demostraba la más mínima preocupación por los planos que

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