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Contacto - Carl Sagan

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tendría que echarlo de menos. (Trató de no reflexionar mucho sobre ese

sentimiento puesto que no le parecía muy cierto). Además, si nunca se

encariñaba de veras con un hombre, jamás podría traicionarle; en lo más íntimo

de su ser sentía que su madre había traicionado a su padre, a quien todavía

extrañaba muchísimo.

Con Ken, las cosas parecían distintas. ¿O acaso ella habría ido modificando

sus propias expectativas con el correr de los años? A diferencia de otros hombres,

en situaciones de tensión Ken se mostraba más cariñoso y compasivo. Su

tendencia a hacer concesiones y su gran capacidad para la política científica

eran condiciones necesarias para su trabajo, pero debajo de esa capa ella creía

presentir algo sólido. Le respetaba por la forma en que había incorporado la

ciencia en la totalidad de su vida y por el valiente apoyo a la ciencia que había

tratado de inculcar en los funcionarios de dos gobiernos.

Con la mayor discreción posible, vivían juntos en el pequeño departamento

de Ellie. Sus diálogos eran una delicia, un ágil intercambio de ideas. A veces

respondían frases aún incompletas, como si de antemano conocieran

perfectamente lo que el otro iba a decir. Ken era un amante tierno e inventivo.

Ellie solía asombrarse de las cosas que era capaz de hacer en presencia de él,

debido al amor que compartían. Se sentía más conforme consigo misma gracias

al amor de Ken. Y como era obvio que él experimentaba lo mismo, su relación

se asentaba sobre una base de amor y respeto infinitos. Al menos, eso pensaba

ella. En compañía de muchos de sus amigos sentía una profunda soledad, que

jamás la dominaba cuando estaba con Ken.

Le gustaba contarle sus recuerdos, fragmentos del pasado, y él no sólo

manifestaba interés sino que parecía fascinado. La interrogaba durante horas

sobre su infancia, siempre con preguntas directas pero cariñosas. Ellie empezó a

entender por qué los enamorados suelen hablarse con lenguaje de bebés: no

había ninguna otra circunstancia socialmente aceptable que permitiese aflorar en

una persona al niño que llevaba dentro. Si el niño de un año, de cinco, de doce, o

el joven de veinte encuentran personalidades compatibles en el ser amado, existe

una posibilidad real de mantener felices a esas subpersonas. El amor pone fin a

su larga soledad. Quizá la profundidad del cariño puede medirse por el número

de identidades que se movilizan en una relación afectiva. Ellie tenía la sensación

de que, con sus anteriores compañeros, sólo una identidad había hallado su

contraparte compatible, mientras que las demás se habían vuelto parásitas.

El fin de semana anterior a la reunión con Palmer Joss, estaban tendidos en la

cama mientras el sol de la tarde, que entraba por entre las persianas, dibujaba

formas sobre sus cuerpos enlazados.

—En la conversación cotidiana —decía Ellie—, puedo hablar de mi padre sin

sentir más que… una leve punzada de dolor. Pero si realmente me pongo a

evocarlo —digamos, a rememorar su sentido del humor, esa pasión suy a por la

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