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que ellos vivieran durante decenas de miles de años, y que haaablaaaaraaan
muuuuy despaaaaacio. Argos jamás llegaría a enterarse. ¿Era posible que
existieran seres de tan larga vida? ¿Habría habido suficiente tiempo en la historia
del universo como para que ciertas criaturas, de lenta reproducción,
desarrollaran un elevado grado de inteligencia? ¿Acaso el análisis estadístico de
las afinidades químicas, el deterioro de sus cuerpos de que habla la segunda ley
de la termodinámica, no los obligaría a reproducirse con la misma frecuencia
que el ser humano y a tener una expectativa de vida como la nuestra? ¿No sería
que residen en algún mundo antiguo y gélido, donde hasta el choque molecular se
produce a una velocidad extremadamente lenta? Se imaginó un radiotransmisor
de conocido diseño, instalado en un promontorio de hielo de metano iluminado
tenuemente por un distante y minúsculo sol rojo, mientras las olas del océano de
amoníaco golpeaban sin cesar contra la orilla… generando, de paso, un ruido
blanco semejante al que producía el oleaje en Yucatán.
También era posible lo contrario: seres que hablaran deprisa, seres ansiosos,
que se desplazaran en movimientos breves, con pequeñas sacudidas, capaces de
transmitir un mensaje completo de radio —el equivalente de un texto de cien
páginas en inglés— en un nanosegundo. Claro que si uno tuviera un receptor con
paso de banda estrecho, y escuchara sólo un mínimo margen de frecuencias,
estaría obligado a aceptar la constante de tiempo larga. Jamás podríamos
detectar una modulación rápida. Eso era una simple consecuencia del Teorema
Integral de Fourier, estrechamente vinculado con el Principio de la
Incertidumbre de Heisenberg. Así, por ejemplo, con un paso de banda de un
kilohertz, no se podría recibir una señal modulada a may or velocidad de un
milisegundo porque se produciría un ruido ambiguo. Las bandas de Argos eran
más estrechas que un hertz, de modo que, para poder ser detectados, los
transmisores debían modular muy lentamente, a menos de un bit por segundo.
Las modulaciones más lentas podían captarse fácilmente, siempre y cuando uno
estuviera dispuesto a apuntar un telescopio hacia la fuente, y se armara de una
paciencia excepcional. Había tantos sectores del cielo por estudiar, tantos cientos
de miles de millones de estrellas para examinar. Podríamos pasarnos la vida
entera estudiando sólo unas pocas. A Ellie le preocupaba que, en el apuro por
realizar una investigación total del espacio en el término de una vida humana, en
el afán por escuchar todo el cielo en millones de frecuencias, hubieran dejado de
lado a los ansiosos que hablaban rápido y a los lentos o lacónicos.
Pero seguramente, pensó, ellos deben de saber mejor que nosotros cuál es la
modulación de frecuencias adecuada. Debían de tener experiencia anterior con
la comunicación interestelar y con civilizaciones en sus primeras etapas de
surgimiento. Si la civilización receptora adoptara un margen amplio de
frecuencias de recepción de impulsos, la civilización transmisora utilizaría dicho
margen. ¿Qué les costaría modular por microsegundos u horas? Era de suponer