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Contacto - Carl Sagan

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que ellos vivieran durante decenas de miles de años, y que haaablaaaaraaan

muuuuy despaaaaacio. Argos jamás llegaría a enterarse. ¿Era posible que

existieran seres de tan larga vida? ¿Habría habido suficiente tiempo en la historia

del universo como para que ciertas criaturas, de lenta reproducción,

desarrollaran un elevado grado de inteligencia? ¿Acaso el análisis estadístico de

las afinidades químicas, el deterioro de sus cuerpos de que habla la segunda ley

de la termodinámica, no los obligaría a reproducirse con la misma frecuencia

que el ser humano y a tener una expectativa de vida como la nuestra? ¿No sería

que residen en algún mundo antiguo y gélido, donde hasta el choque molecular se

produce a una velocidad extremadamente lenta? Se imaginó un radiotransmisor

de conocido diseño, instalado en un promontorio de hielo de metano iluminado

tenuemente por un distante y minúsculo sol rojo, mientras las olas del océano de

amoníaco golpeaban sin cesar contra la orilla… generando, de paso, un ruido

blanco semejante al que producía el oleaje en Yucatán.

También era posible lo contrario: seres que hablaran deprisa, seres ansiosos,

que se desplazaran en movimientos breves, con pequeñas sacudidas, capaces de

transmitir un mensaje completo de radio —el equivalente de un texto de cien

páginas en inglés— en un nanosegundo. Claro que si uno tuviera un receptor con

paso de banda estrecho, y escuchara sólo un mínimo margen de frecuencias,

estaría obligado a aceptar la constante de tiempo larga. Jamás podríamos

detectar una modulación rápida. Eso era una simple consecuencia del Teorema

Integral de Fourier, estrechamente vinculado con el Principio de la

Incertidumbre de Heisenberg. Así, por ejemplo, con un paso de banda de un

kilohertz, no se podría recibir una señal modulada a may or velocidad de un

milisegundo porque se produciría un ruido ambiguo. Las bandas de Argos eran

más estrechas que un hertz, de modo que, para poder ser detectados, los

transmisores debían modular muy lentamente, a menos de un bit por segundo.

Las modulaciones más lentas podían captarse fácilmente, siempre y cuando uno

estuviera dispuesto a apuntar un telescopio hacia la fuente, y se armara de una

paciencia excepcional. Había tantos sectores del cielo por estudiar, tantos cientos

de miles de millones de estrellas para examinar. Podríamos pasarnos la vida

entera estudiando sólo unas pocas. A Ellie le preocupaba que, en el apuro por

realizar una investigación total del espacio en el término de una vida humana, en

el afán por escuchar todo el cielo en millones de frecuencias, hubieran dejado de

lado a los ansiosos que hablaban rápido y a los lentos o lacónicos.

Pero seguramente, pensó, ellos deben de saber mejor que nosotros cuál es la

modulación de frecuencias adecuada. Debían de tener experiencia anterior con

la comunicación interestelar y con civilizaciones en sus primeras etapas de

surgimiento. Si la civilización receptora adoptara un margen amplio de

frecuencias de recepción de impulsos, la civilización transmisora utilizaría dicho

margen. ¿Qué les costaría modular por microsegundos u horas? Era de suponer

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