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Contacto - Carl Sagan

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no habitual en él.

—No sé si me preocupa o si sólo me produce algo de inquietud… ¿Y si el

Mensaje realmente fuera el plano de una máquina? ¿Deberíamos fabricarla?

¿Quién debe hacerlo? ¿Todos juntos? ¿El Consorcio? ¿Las Naciones Unidas? ¿Unos

pocos países en competencia? Y si el costo fuese desmesurado, ¿quién lo

financiaría? ¿Y si después no funciona? La construcción de la máquina, ¿podría

acarrear trastornos económicos a algunas naciones? ¿Podría haber algún otro tipo

de perjuicio?

Sin interrumpir el aluvión de preguntas, Lunacharsky volvió a llenar las copas

con el último vino que quedaba.

—Aún si el Mensaje se repitiera y consiguiéramos descifrarlo en su totalidad,

¿sería buena la traducción? ¿Sabes lo que dijo una vez Cervantes? Sostuvo que

leer una traducción es como examinar el reverso de un tapiz. A lo mejor es

imposible obtener una traducción perfecta, y por ende, no podríamos construir la

máquina a la perfección. ¿Cómo podemos saber si hemos recibido todos los

datos? Tal vez cierta información primordial se transmita por otra frecuencia que

aún no hemos descubierto.

» Mira, Ellie, yo pensé que todos iban a ser prudentes respecto de la

fabricación de la máquina, pero vas a ver que mañana muchos van a proponer la

construcción inmediata, apenas hay amos recibido y decodificado las

instrucciones, si es que alguna vez nos llegan. ¿Qué va a proponer la delegación

norteamericana?

—No lo sé. —No obstante, Ellie recordaba que, no bien se comenzaron a

recibir los diagramas, Der Heer se puso a averiguar si los medios económicos y

tecnológicos de la Tierra servirían para la fabricación de la máquina. Poco pudo

ella aportarle en ninguno de los dos aspectos. También se acordaba de lo

preocupado y nervioso que lo había visto las últimas semanas. Desde luego, la

responsabilidad que le cabía en el asunto era…

—¿Der Heer y el señor Kitz paran en el mismo hotel que tú?

—No. Se alojan en el Embassy.

Siempre sucedía lo mismo. Debido a las particularidades de la economía

soviética y a la imperiosa necesidad de adquirir tecnología militar en vez de

bienes de consumo con su escasa moneda circulante, los rusos que viajaban a

Occidente nunca disponían de mucho dinero en efectivo. No les quedaba más

remedio que alojarse en hoteles de segunda o tercera categoría, a veces incluso

en pensiones, mientras sus colegas occidentales vivían comparativamente con

lujo. La situación ponía incómodos a los científicos de ambos países. Pagar la

cuenta de esa comida no le hubiera costado nada a Ellie pero sí a Vaygay, pese a

ocupar un cargo relativamente alto en la jerarquía científica de su patria.

—Vay gay, sé franco conmigo. ¿Qué es lo que tratas de insinuar? ¿Que Ken y

Kitz están precipitando el asunto?

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