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Contacto - Carl Sagan

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—Es un gusto verte de nuevo, Vay gay.

—Un raro placer, querida.

En el tray ecto a Socorro, por acuerdo tácito, hablaron sólo de temas

intrascendentes. Valerian y el conductor, uno de los nuevos empleados de

seguridad, ocupaban los asientos delanteros. Peter, que no era muy locuaz ni

siquiera en circunstancias normales, se limitó a acomodarse en su butaca y

escuchar la conversación, la cual rozó sólo tangencialmente la cuestión que

habían venido a debatir los soviéticos: el tercer nivel del palimpsesto, el complejo

y aún no descifrado Mensaje que estaban recibiendo en forma colectiva. Con

cierta renuencia, el gobierno de los Estados Unidos había llegado a la conclusión

de que la participación soviética era fundamental, sobre todo porque, debido a la

gran intensidad de la señal procedente de Vega, hasta los radiotelescopios más

modestos podían detectarla. Años atrás, los rusos habían tenido la precaución de

desplegar una cantidad de telescopios pequeños a través de toda Eurasia,

abarcando unos nueve mil kilómetros de la superficie de la Tierra, y en los

últimos tiempos habían terminado de construir una importante estación cerca de

Samarcanda. Además, había buques rastreadores de satélites que patrullaban

tanto el Atlántico como el Pacífico.

Algunos de los datos obtenidos por los soviéticos eran innecesarios puesto que

las mismas señales las registraban observatorios de Japón, China, la India e Irak.

De hecho, todos los radiotelescopios del mundo que tenían a Vega en su campo

visual, estaban alerta. Los astrónomos de Inglaterra, Francia, los Países Bajos,

Suecia, Alemania, Checoslovaquia, Canadá, Venezuela y Australia captaban

pequeños fragmentos del Mensaje, y examinaban Vega desde el momento en

que salía hasta su ocaso. El equipo detector de algunos observatorios no era

suficientemente sensible como para diferenciar los impulsos individuales, pero de

todos modos escuchaban el ruido borroso. Cada uno de esos países poseía una

pieza del rompecabezas puesto que, como le había recordado Ellie a Kitz, la

Tierra gira. Cada nación procuraba encontrarle sentido a los impulsos, pero era

difícil. Nadie podía asegurar siquiera si el Mensaje estaba escrito en símbolos o

en imágenes.

Era perfectamente factible que no se pudiera decodificar el Mensaje hasta

que éste no regresara a la página uno —si es que regresaba—, y volviera a

empezar con las instrucciones, con la clave para el descifrado. A lo mejor era un

texto muy largo, pensó Ellie, o no recomenzará hasta pasado un siglo. Quizá no

hubiese siquiera instrucciones. O tal vez el Mensaje (en todo el mundo ya se

escribía con may úscula) fuese una prueba de inteligencia, para que aquellos

mundos que eran incapaces de decodificarlo no pudieran dar un uso incorrecto a

su contenido. De pronto se le ocurrió que sentiría una profunda humillación por la

especie humana si a final de cuentas no pudieran comprender el Mensaje. No

bien los norteamericanos y soviéticos resolvieron colaborar y se suscribió

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