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pedidos de autorización y preguntas de cualquier índole en una caja cerrada de
un popular servicio de telerred científica, y recibían las respuestas en otra caja
similar. El sistema era insólito, pero daba resultado. A medida que se iban
resolviendo las etapas más complejas y la Máquina comenzaba y a a tomar
forma, cada vez se tenían menos noticias de Hadden. Los ejecutivos del
Consorcio Mundial empezaron a preocuparse, pero luego de una larga charla con
Hadden, mantenida en un sitio no revelado, regresaron mucho más tranquilos.
Nadie más conocía el paradero del industrial.
El arsenal mundial descendió a menos de tres mil doscientas armas nucleares
por primera vez desde mediados de la década de 1950. Se notaba un adelanto en
las conversaciones multilaterales vinculadas con los aspectos más difíciles del
desarme. Aparte, al utilizar nuevos sistemas automáticos para verificar el
cumplimiento del tratado, había perspectivas alentadoras de una mayor
reducción de armamentos. El proceso había generado una suerte de impulso
propio en la mente tanto de los expertos como del público. Como ocurre en toda
carrera armamentista, cada potencia procuraba marchar al mismo ritmo que la
otra, pero en este caso la diferencia estaba en que se trataba de disminuir la
cantidad de armas. En términos prácticos militares, no habían renunciado a
mucho y a que conservaban la capacidad de destruir la civilización planetaria. No
obstante, en el optimismo con que se miraba el futuro y en las esperanzas que se
cifraban sobre la nueva generación, y a era notable lo que se había logrado. Quizá
debido a los inminentes festejos mundiales del Milenio, tanto seculares como
canónicos, también había decaído enormemente la cantidad de conflictos bélicos
anuales entre los países. « La Paz de Dios» , la denominó el cardenal arzobispo de
Ciudad de México.
En Wyoming y Uzbekistán se crearon nuevas industrias, al tiempo que surgían
ciudades enteras. Desde luego, el costo recaía en forma desproporcionada sobre
los hombros de los países industrializados, pero el costo prorrateado por cada
habitante del planeta era de aproximadamente cien dólares por año. Para un
cuarto de la población mundial, cien dólares representaban una parte
considerable de su ingreso anual. Aunque la inversión de dinero en la Máquina no
producía bienes ni servicio directos, se la consideraba un excelente negocio
puesto que daba impulso a nuevas tecnologías.
En opinión de muchos, se avanzaba con demasiada prisa, y era menester
comprender acabadamente cada paso antes de iniciar el siguiente. ¿Qué
importaba, decían, que la fabricación de la Máquina se realizara en el curso de
varias generaciones? La posibilidad de repartir los costos en varias décadas
aliviaría, según ellos, los problemas económicos que acarreaba a los países la
construcción. Se trataba, desde cualquier punto de vista, de un consejo prudente
pero difícil de llevar a la práctica. ¿Acaso podía elaborarse un solo componente
de la Máquina? En todo el mundo, científicos e ingenieros pretendían que se les