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Contacto - Carl Sagan

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pedidos de autorización y preguntas de cualquier índole en una caja cerrada de

un popular servicio de telerred científica, y recibían las respuestas en otra caja

similar. El sistema era insólito, pero daba resultado. A medida que se iban

resolviendo las etapas más complejas y la Máquina comenzaba y a a tomar

forma, cada vez se tenían menos noticias de Hadden. Los ejecutivos del

Consorcio Mundial empezaron a preocuparse, pero luego de una larga charla con

Hadden, mantenida en un sitio no revelado, regresaron mucho más tranquilos.

Nadie más conocía el paradero del industrial.

El arsenal mundial descendió a menos de tres mil doscientas armas nucleares

por primera vez desde mediados de la década de 1950. Se notaba un adelanto en

las conversaciones multilaterales vinculadas con los aspectos más difíciles del

desarme. Aparte, al utilizar nuevos sistemas automáticos para verificar el

cumplimiento del tratado, había perspectivas alentadoras de una mayor

reducción de armamentos. El proceso había generado una suerte de impulso

propio en la mente tanto de los expertos como del público. Como ocurre en toda

carrera armamentista, cada potencia procuraba marchar al mismo ritmo que la

otra, pero en este caso la diferencia estaba en que se trataba de disminuir la

cantidad de armas. En términos prácticos militares, no habían renunciado a

mucho y a que conservaban la capacidad de destruir la civilización planetaria. No

obstante, en el optimismo con que se miraba el futuro y en las esperanzas que se

cifraban sobre la nueva generación, y a era notable lo que se había logrado. Quizá

debido a los inminentes festejos mundiales del Milenio, tanto seculares como

canónicos, también había decaído enormemente la cantidad de conflictos bélicos

anuales entre los países. « La Paz de Dios» , la denominó el cardenal arzobispo de

Ciudad de México.

En Wyoming y Uzbekistán se crearon nuevas industrias, al tiempo que surgían

ciudades enteras. Desde luego, el costo recaía en forma desproporcionada sobre

los hombros de los países industrializados, pero el costo prorrateado por cada

habitante del planeta era de aproximadamente cien dólares por año. Para un

cuarto de la población mundial, cien dólares representaban una parte

considerable de su ingreso anual. Aunque la inversión de dinero en la Máquina no

producía bienes ni servicio directos, se la consideraba un excelente negocio

puesto que daba impulso a nuevas tecnologías.

En opinión de muchos, se avanzaba con demasiada prisa, y era menester

comprender acabadamente cada paso antes de iniciar el siguiente. ¿Qué

importaba, decían, que la fabricación de la Máquina se realizara en el curso de

varias generaciones? La posibilidad de repartir los costos en varias décadas

aliviaría, según ellos, los problemas económicos que acarreaba a los países la

construcción. Se trataba, desde cualquier punto de vista, de un consejo prudente

pero difícil de llevar a la práctica. ¿Acaso podía elaborarse un solo componente

de la Máquina? En todo el mundo, científicos e ingenieros pretendían que se les

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