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también incluía a Der Heer—. Dudan de todo, o al menos lo intentan. Siempre
quieren verificar si las cosas son lo que denominan “verdades”. Pero por
verdadero entienden sólo lo empírico, lo que se puede ver y tocar. En su mundo,
no queda lugar para la inspiración ni la revelación. Desde el comienzo, descartan
todo lo que pueda tener que ver con la religión. Yo desconfío de los científicos
porque ellos a su vez desconfían de todo.
A pesar de sí misma, a Ellie le pareció que Rankin había expuesto bien su
posición. Y pensar que a él se le consideraba el más tonto de los modernos
evangelistas del vídeo. « No, no es el tonto» , se corrigió; « es el que toma por
tontos a sus feligreses» . ¿Debía responderle? Tanto Der Heer como los
anfitriones del museo estaban grabando la sesión, y si bien ambos grupos habían
acordado de antemano que no se daría un uso público de las grabaciones, Ellie no
sabía si debía expresar sus opiniones por miedo a hacerle pasar vergüenza a la
Presidenta. Sin embargo, las palabras de Rankin se habían vuelto ultrajantes, y no
había el menor indicio de reacción por parte de Joss ni de Der Heer.
—Supongo que usted pretende una réplica —sostuvo Ellie—. No existe una
postura científica « oficial» respecto de ninguna de estas cuestiones, y no puedo
permitirme hablar por todos los científicos, ni siquiera por los que intervienen en
el proy ecto Argos. Sí puedo hacer algunos comentarios, si lo desea.
Rankin asintió enérgicamente, con una sonrisa de aliento. Joss se limitó a
aguardar.
—Quiero que comprenda que no estoy atacando las creencias de nadie. En lo
que a mí respecta, usted tiene todo el derecho de apoy ar la doctrina de su agrado,
por más que se pueda demostrar su falacia. Muchas de las cosas que sostienen
usted y el reverendo Joss —vi su charla por televisión hace unas semanas— no
pueden descartarse de un plumazo; por el contrario, va a costarme un poco
rebatirlas. Pero permítame explicar por qué las considero improbables.
« Hasta ahora» , pensó Ellie, he sido un modelo de mesura.
—Usted se siente incómodo con el escepticismo científico. Sin embargo, el
escepticismo nace porque el mundo es complicado, sutil. La primera idea que se
le ocurre a una persona no es necesariamente correcta. La gente es capaz de
autoengañarse. Los científicos también. Científicos de renombre han afirmado,
en distintas épocas, todo tipo de doctrinas socialmente aborrecibles. Desde luego,
también lo han hecho los políticos y prestigiosos líderes religiosos. Me refiero, por
ejemplo, a la esclavitud o al racismo de los nazis. Los científicos cometen
errores, al igual que los teólogos y que todo el mundo, porque eso es parte de la
naturaleza humana. Ustedes mismos lo dicen: « Errar también lo es» .
» Por consiguiente, el escepticismo constituye una forma de evitar los
errores, o al menos de disminuir las posibilidades de cometerlos. Se ponen a
prueba las ideas, se las verifica empleando rigurosos criterios de comprobación.
Yo no creo en la existencia de una única verdad, pero cuando se permite la