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resaca de los programas doctorales en física y matemática. Muchos colegas de
Ellie se consolaban pensando eso cuando no sabían qué decirle a alguien que
hubiese obtenido su título de doctor y recibiese ofertas laborales, por ejemplo, de
los laboratorios destinados a armamentos. « Si se tratara de un profesional
mínimamente idóneo, lo menos que le ofrecerían sería una ay udantía de cátedra
en la Universidad de Stanford» , comentó Drumlin cierta vez. No; había que tener
cierto temperamento, cierta disposición mental para que a uno le gustara la
aplicación de la ciencia y la matemática en el campo militar; seguramente eran
personas a las que les atraían las grandes explosiones; podían ser aquellos que no
sentían predilección por la lucha personal pero que, para vengarse de alguna
injusticia padecida en tiempos de estudiante, aspiraban al mando militar; o bien
podía tratarse de esos individuos con tendencia a resolver acertijos, que ansiaban
descifrar hasta los mensajes más complicados. En ocasiones, el aliciente era de
tipo político; tenía que ver con litigios internacionales, con políticas de
inmigración, con los horrores de la guerra, con la brutalidad de la policía o con la
propaganda que una u otra nación pudiera haber hecho en décadas anteriores.
Ellie sabía que muchos de esos científicos eran muy capaces, por más reservas
que tuviera ella sobre las motivaciones que los animaban.
Deseaba tener alguna amiga en Argos con quien poder comentar lo dolida
que se sentía por la conducta de Ken. Pero no la tenía, y tampoco era muy
afecta a utilizar el teléfono, ni siquiera con ese propósito. Consiguió pasar un fin
de semana en Austin con Becky Ellenbogen, una antigua compañera de estudios,
pero Becky, cuy o concepto sobre los hombres solía ser acerbo, en ese caso se
mostró sorprendentemente discreta en sus críticas.
—No le exijas tanto, Ellie —le aconsejó—. Después de todo, él es asesor de
la Presidenta, y este descubrimiento es el más asombroso en la historia del
mundo. Dale tiempo, y vas a ver que recapacita.
Pero Becky era una de las tantas que encontraban « encantador» a Ken, y
sentía una marcada complacencia por el poder. Si Ken hubiese tratado a Ellie con
semejante indiferencia cuando era apenas un profesor de biología molecular,
Becky habría estado tentada de vapulearlo.
Luego de regresar de París, Der Heer inició una discreta campaña de
petición de disculpas y manifestaciones de cariño. Adujo un exceso de tensiones
y una gran variedad de responsabilidades, incluso problemas políticos inéditos y
difíciles de resolver. No hubiera podido desempeñar correctamente su doble
tarea de jefe de la delegación norteamericana y copresidente de la sesión
plenaria si se hubiera hecho público el vínculo que lo unía a Ellie. Kitz había
estado insoportable. Además, durante muchas noches seguidas sólo pudo dormir
unas pocas horas. « Son demasiadas explicaciones» , pensó Ellie, pero permitió
que continuara la relación.
Una vez más fue Willie, en el turno de noche, el primero en advertirlo. Con