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Contacto - Carl Sagan

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Sabía que eran muchos los astrónomos que compartían el fastidio de Drumlin

ante Argos. Durante las largas horas de vigilia se producían acalorados debates

respecto de las intenciones de los supuestos extraterrestres. Era imposible

adivinar en qué medida serían diferentes del ser humano. Ya bastante difícil era

adivinar las intenciones de los legisladores electos de Washington. ¿Qué designios

tendrían esos seres fundamentalmente distintos, que habitaban mundos

físicamente diferentes, a cientos de miles de años luz? Algunos creían que la

señal no podría transmitirse en el espectro radioeléctrico, sino en el infrarrojo, en

el visible o quizás entre los rayos gamma. O tal vez los extraterrestres estuvieran

enviando potentes señales con una tecnología que el ser humano sólo llegaría a

desarrollar dentro de mil años.

Los astrónomos de otros institutos estaban realizando extraordinarios

descubrimientos entre las estrellas y galaxias dedicándose a aquellos objetos que,

mediante cualquier mecanismo, generaban intensas radioondas. Otros

radioastrónomos publicaban trabajos científicos, asistían a congresos,

experimentaban una gratificante sensación de progreso. Los astrónomos de

Argos no tenían por costumbre publicar nada y, por lo general, nadie reparaba en

ellos cuando se invitaba a presentar monografías en la reunión anual de la

Sociedad Astronómica Norteamericana o el simposio trienal y sesiones plenarias

de la Unión Astronómica Internacional. Por consiguiente, luego de consultarlo

con la Fundación Nacional para la Ciencia, los directivos de Argos reservaron el

veinticinco por ciento del tiempo de observación para proy ectos no vinculados

con la búsqueda de inteligencia extraterrestre. Se habían producido algunos

descubrimientos de importancia, por ejemplo, respecto a los objetos

extragalácticos que, paradójicamente, parecían moverse a mayor velocidad que

la luz; también sobre Tritón, el gran satélite de Neptuno, y sobre la materia

oscura de las galaxias más próximas donde no se podían ver estrellas.

Comenzaron entonces a sentir que se les levantaba la moral puesto que estaban

realizando una contribución en el plano de los descubrimientos astronómicos.

Cierto era que les habían prolongado el tiempo para la investigación del cielo,

pero en ese momento podían desempeñar su carrera profesional con la

tranquilidad de contar con una suerte de red de seguridad. Quizá no hallaran

indicios de la existencia de otros seres inteligentes, pero tal vez podrían extraer

otros secretos del tesoro de la naturaleza.

La búsqueda de la inteligencia extraterrestre —que todos abreviaban con las

siglas SETI, salvo los más optimistas que pensaban en la comunicación con otros

seres (CETI)—, implicaba, fundamentalmente, una observación de rutina, el

motivo principal para el cual se había construido el observatorio. Sin embargo,

una cuarta parte del tiempo de uso de los radiotelescopios más potentes del

mundo se destinaba a otros proy ectos. También se reservaba otra pequeña

cantidad de tiempo para astrónomos de otros organismos. Si bien había mejorado

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