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cuando hablaba como lo acababa de hacer, demostraba que no se había
reformado del todo. El hecho de haber sido elegido por la Presidenta de los
Estados Unidos para representar al país ante los veganos era para él un gran
honor. El viaje —les comentó a sus amigos— sería el punto culminante de su
carrera. Su mujer, momentáneamente trasplantada a Wy oming, y aún
obstinadamente fiel, tenía que soportar que Drumlin pasara las mismas
diapositivas ante un nuevo público: los científicos y técnicos que construían la
Máquina. Dado que el emplazamiento fabril quedaba cerca de su Montana natal,
Drumlin viajaba allí en ocasiones. En una oportunidad, Ellie misma lo llevó en
auto hasta Missoula, y por primera vez desde que se conocían, Drumlin se mostró
cordial con ella durante varias horas seguidas.
—¡Shhh! Estoy pensando —respondió Valerian—. Aplico una técnica de
silenciación. Procuro eliminar las distracciones de mi campo visual, y viene
usted a interferir en mi espectro de audio. Si me pregunta por qué no me basta
con mirar un papel en blanco, le contesto que el papel es demasiado pequeño,
que seguiría percibiendo las cosas con mi visión periférica. De todos modos, lo
que me planteaba era esto: ¿por qué seguimos recibiendo el mensaje de Hitler y
las Olimpíadas? Han pasado años. A esta altura y a deberían haber recibido la
transmisión de la coronación británica. ¿Por qué no hemos visto primeros planos
del cetro real, y una voz que anuncie que se ha « coronado a Jorge VI por la
gracia de Dios, rey de Inglaterra e Irlanda del Norte, y, emperador de la India» ?
—¿Estás seguro de que Vega se hallaba sobre Inglaterra cuando se efectuó la
transmisión de la coronación? —preguntó Ellie.
—Sí; eso lo verificamos al poco tiempo de recibir la emisión de las
Olimpíadas. Y la intensidad fue muy superior a la del episodio de Hitler. No me
cabe duda de que se podría haber captado en Vega.
—¿Temes que ellos no quieran que sepamos cuánto saben sobre nosotros?
—Están apresurados. —Valerian solía a veces emitir expresiones ambiguas.
—Lo más probable —conjeturó Ellie—, es que quieran hacernos recordar
que saben sobre la existencia de Hitler.
—Eso no es muy distinto de lo que he dicho y o —sostuvo Valerian.
—Bueno, no perdamos el tiempo con fantasías —protestó Drumlin, a quien
ponían muy impaciente las especulaciones respecto de los posibles móviles de los
extraterrestres. Para él, de nada valía esbozar teorías puesto que pronto habrían
de conocer la verdad. Propuso que todos se dedicaran de lleno al Mensaje, con
sus datos precisos, abundantes, expuestos con maestría—. A ustedes dos les
vendría muy bien tomar un poco de contacto con la realidad. ¿Por qué no vamos
a la zona de montaje? Creo que ya se comenzó la integración de los sistemas con
las clavijas de erbio.
El diseño geométrico de la Máquina era sencillo pero los detalles eran
sumamente complejos. Las cinco butacas para los tripulantes se hallaban en el