Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Nada. Si mi planteamiento fuera erróneo, si las cinco personas retornaran a la
Tierra, entonces sería una gran cosa que hubiéramos inventado los vuelos
espaciales. Por inteligentes que ellos sean, va a ser muy difícil hacer aterrizar la
Máquina. Sólo Dios sabe qué sistema de propulsión empleará. Cuando la Máquina
regrese, va a llegar a un punto del espacio próximo a la Tierra, pero no sobre
ella. Por eso ellos tienen que estar seguros de que contemos con naves espaciales,
así podremos rescatar a los tripulantes. Están apurados, y no pueden sentarse a
esperar recibir en Vega nuestros noticieros del año 1957. Entonces, ¿qué hacen?
Deciden que una parte del mensaje sólo podrá ser detectada desde el espacio. ¿Y
de qué parte se trata? De la cartilla de instrucciones. Si captamos las instrucciones
y contamos con naves espaciales, podremos regresar sanos y salvos. Por
consiguiente, me imagino que la cartilla la envían en la frecuencia de la
absorción del oxígeno en el espectro de microondas, o en el cercano infrarrojo,
en alguna parte del espectro que no puede detectarse hasta no haber sobrepasado
ampliamente la atmósfera de la Tierra…
—Hemos destinado el telescopio Hubble a estudiar Vega en todo el espectro
ultravioleta, el de luz visible, el infrarrojo, y no encontramos nada. Los rusos
repararon su instrumento de ondas milimétricas. No han explorado otra cosa que
Vega, y tampoco averiguaron nada, pero seguiremos observando. ¿Alguna otra
posibilidad?
—¿Seguro que no quiere algo de beber? —Ellie una vez más declinó la
invitación—. No, ninguna otra. Ahora quisiera pedirle y o algo a usted, aunque
nunca tuve mucha habilidad para pedir las cosas. La imagen que tiene la gente de
mí es la de un hombre rico, de aspecto extraño, inescrupuloso, una persona atenta
para encontrar los puntos débiles del sistema y así alzarse rápidamente con
dinero. Y no me diga que usted misma no cree algo de todo eso. Quizá y a se
hay a enterado de lo que voy a decirle, pero deme diez minutos para contarle
cómo empezó esto. Quiero que sepa algo sobre mí.
Ellie se acomodó en su asiento, intrigada por saber qué quería de ella.
Años atrás, Hadden había inventado un módulo que, conectado a un televisor,
automáticamente apagaba el sonido cuando aparecían los comerciales. No se
trataba de un dispositivo de reconocimiento de contexto, sino que simplemente
controlaba la amplitud de la onda portadora. Los anunciantes de televisión habían
tomado la costumbre de pasar sus avisos a mayor volumen que los programas
mismos. La noticia del módulo de Hadden se corrió de boca en boca y la gente
experimentó una sensación de alivio, de que le quitaran un enorme peso de
encima al poder librarse de la carga que significaba la publicidad durante las seis
u ocho horas diarias que el norteamericano medio pasaba frente al televisor.
Antes de que la industria de la publicidad lograra coordinar una reacción,
Publicinex se había vuelto y a tremendamente popular. El nuevo producto obligó a
anunciantes y teledifusoras a adoptar otras estrategias, a cada una de las cuales