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Contacto - Carl Sagan

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Nada. Si mi planteamiento fuera erróneo, si las cinco personas retornaran a la

Tierra, entonces sería una gran cosa que hubiéramos inventado los vuelos

espaciales. Por inteligentes que ellos sean, va a ser muy difícil hacer aterrizar la

Máquina. Sólo Dios sabe qué sistema de propulsión empleará. Cuando la Máquina

regrese, va a llegar a un punto del espacio próximo a la Tierra, pero no sobre

ella. Por eso ellos tienen que estar seguros de que contemos con naves espaciales,

así podremos rescatar a los tripulantes. Están apurados, y no pueden sentarse a

esperar recibir en Vega nuestros noticieros del año 1957. Entonces, ¿qué hacen?

Deciden que una parte del mensaje sólo podrá ser detectada desde el espacio. ¿Y

de qué parte se trata? De la cartilla de instrucciones. Si captamos las instrucciones

y contamos con naves espaciales, podremos regresar sanos y salvos. Por

consiguiente, me imagino que la cartilla la envían en la frecuencia de la

absorción del oxígeno en el espectro de microondas, o en el cercano infrarrojo,

en alguna parte del espectro que no puede detectarse hasta no haber sobrepasado

ampliamente la atmósfera de la Tierra…

—Hemos destinado el telescopio Hubble a estudiar Vega en todo el espectro

ultravioleta, el de luz visible, el infrarrojo, y no encontramos nada. Los rusos

repararon su instrumento de ondas milimétricas. No han explorado otra cosa que

Vega, y tampoco averiguaron nada, pero seguiremos observando. ¿Alguna otra

posibilidad?

—¿Seguro que no quiere algo de beber? —Ellie una vez más declinó la

invitación—. No, ninguna otra. Ahora quisiera pedirle y o algo a usted, aunque

nunca tuve mucha habilidad para pedir las cosas. La imagen que tiene la gente de

mí es la de un hombre rico, de aspecto extraño, inescrupuloso, una persona atenta

para encontrar los puntos débiles del sistema y así alzarse rápidamente con

dinero. Y no me diga que usted misma no cree algo de todo eso. Quizá y a se

hay a enterado de lo que voy a decirle, pero deme diez minutos para contarle

cómo empezó esto. Quiero que sepa algo sobre mí.

Ellie se acomodó en su asiento, intrigada por saber qué quería de ella.

Años atrás, Hadden había inventado un módulo que, conectado a un televisor,

automáticamente apagaba el sonido cuando aparecían los comerciales. No se

trataba de un dispositivo de reconocimiento de contexto, sino que simplemente

controlaba la amplitud de la onda portadora. Los anunciantes de televisión habían

tomado la costumbre de pasar sus avisos a mayor volumen que los programas

mismos. La noticia del módulo de Hadden se corrió de boca en boca y la gente

experimentó una sensación de alivio, de que le quitaran un enorme peso de

encima al poder librarse de la carga que significaba la publicidad durante las seis

u ocho horas diarias que el norteamericano medio pasaba frente al televisor.

Antes de que la industria de la publicidad lograra coordinar una reacción,

Publicinex se había vuelto y a tremendamente popular. El nuevo producto obligó a

anunciantes y teledifusoras a adoptar otras estrategias, a cada una de las cuales

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