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divertido. B. Ya. Abukhimov, director de la Academia Soviética de Ciencias
presidía la representación de su país acompañado también por Gotsridze, ministro
de Industrias Semipesadas, y Arkhangelsky. La Presidenta de los Estados Unidos
designó jefe de la delegación a Der Heer, aunque también asistieron el
subsecretario de Estado, Elmo Honicutt, y Michael Kitz, entre otros, por el
Departamento de Defensa.
Se instaló en el recinto un enorme mapa en el que se mostraba la ubicación
de todos los radiotelescopios del planeta, así como también de las naves
rastreadoras soviéticas. Ellie paseó la vista por el amplio salón recientemente
construido, contiguo a la residencia del presidente francés. Una multitud de
rostros, banderas y atuendos nacionales se reflejaba en las largas mesas de
caoba y en los espejos de las paredes. Reconoció a muy pocos políticos y
militares, pero en cada delegación encontró la cara conocida de por lo menos un
científico o ingeniero: Annunziata e Ian Broderick, de Australia; Fedirka, de
Checoslovaquia; Braude, Crebillon y Boileau, de Francia; Kumar Chandrapurana
y Devi Sukhavati de la India; Hironaga y Matsui, de Japón… Le llamó la atención
que en la may oría de las delegaciones predominaran las personas con formación
tecnológica, más que radioastronómica, sobre todo en la de Japón. La posibilidad
de que en la reunión se tratara la construcción de una inmensa máquina motivó
cambios de último momento en la composición de las delegaciones.
También reconoció a Malatesta, de Italia; Bedengaugh —un físico que se
dedicaba a la política—, Clegg y el venerable Sir Arthur Chatos; Jaime Ortiz, de
España; Prebula, de Suiza, lo cual le intrigó sobremanera puesto que Suiza ni
siquiera contaba con un radiotelescopio; Bao, que había desarrollado una brillante
labor en la instalación de la red de radiotelescopios de China; Wintergaden, de
Suecia. Había delegaciones llamativamente numerosas de países tales como
Arabia Saudita, Pakistán e Irak. Y por supuesto, los soviéticos, entre los cuales
Nady a Rozhdestvenskay a y Genrikh Arkhangelsky compartían en ese instante un
momento de genuina hilaridad.
Buscó con la mirada a Lunacharsky hasta que por fin lo ubicó con la
representación china. Estaba estrechando la mano de Yu Renqiong, director del
Radioobservatorio de Beijing. Recordó que se habían hecho amigos durante el
período de cooperación chinosoviética. Sin embargo, la hostilidad entre ambas
naciones había puesto fin a todo contacto entre ellos, y las trabas que ponían los
chinos a sus científicos para viajar al exterior eran aún tan severas como las que
imperaban en la Unión Soviética. Reflexionó que ésa era la primera vez que se
reunían en un cuarto de siglo, quizás.
—¿Quién es ese chino viejo que le da la mano a Vay gay? —Viniendo de Kitz,
la pregunta podía tomarse como un intento de cordialidad.
—Yu, director del Observatorio de Beijing.
—Yo pensaba que esos tipos se odiaban.