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de la estrella Vega. Ellos la graban y nos la devuelven, pero demora otros
veintiséis años en regresar a nosotros. Es evidente que los habitantes de Vega no
se tomaron varias décadas en descifrarla. Deben de haber estado preparados, ya
listos, esperando que apareciera la primera señal de televisión. La reciben, la
registran y nos la envían de vuelta. Sin embargo, a menos que y a hayan estado
aquí, en alguna misión de exploración hace cien años, no podían saber que
estábamos a punto de inventar la televisión. Por eso la doctora Arroway piensa
que esta civilización está inspeccionando todos los sistemas planetarios cercanos,
para comprobar si algunos de sus vecinos son capaces de desarrollar una
tecnología avanzada.
—Ken, eso da mucho que pensar. ¿Está seguro de que… cómo se llaman?
¿Los veganos…? ¿Está seguro de que no entienden de qué se trata ese programa
de televisión que recibieron?
—Señora, sin duda son inteligentes. La señal de 1936 era muy débil, o sea,
que sus detectores deben haber sido tremendamente sensibles para haber podido
captarla. Sin embargo, no creo que hayan podido comprender su significado.
Ellos probablemente sean muy distintos de nosotros. Deben de tener una historia
diferente, distintas costumbres. Es imposible que sepan lo que es una esvástica o
lo que fue Adolf Hitler.
—¡Adolf Hitler! Ken, me pongo furiosa. Cuarenta millones de personas
mueren para derrotar a ese megalómano, y él se constituye en la estrella de la
primera teledifusión a otro planeta. Nos está representando, a nosotros y a ellos.
Es el sueño más alocado de ese demente, hecho realidad.
Hizo una pausa, para continuar con voz más calmada.
—¿Sabe una cosa? Siempre me pareció que Hitler no era capaz de hacer bien
el saludo hitleriano. Le salía torcido, o en un ángulo insólito. También estaba ese
saludo con el codo doblado. Si alguien hubiera realizado los Heil Hitler de una
forma tan ineficiente, de seguro lo habrían enviado al frente ruso.
—Pero ¿acaso no hay una diferencia? Él devolvía el saludo a los demás. No
estaba aclamando a Hitler.
—Sí, claro que sí —le retrucó la Presidenta y, con un gesto, invitó a su asesor
a salir del salón. Cuando iban por el pasillo, de pronto ella se detuvo y miró a Der
Heer.
—¿Qué habría pasado si los nazis no hubiesen tenido televisión en 1936?
—Supongo que hubiese sido la coronación de Jorge VI, o una de las
trasmisiones sobre la Feria de Nueva York, en 1939 si es que alguna era lo
suficientemente poderosa como para que la captaran en Vega. También podrían
haber recibido programas de los últimos años de la década del cuarenta, o
principios de los años cincuenta… alguna de aquellas genialidades que había en
esa época, signos maravillosos de vida inteligente sobre la Tierra.
—Esos malditos programas son nuestros embajadores frente al cosmos…