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Contacto - Carl Sagan

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algún bar de las inmediaciones. No se supo de nadie que hubiera comenzado a

gastar cifras desproporcionadas de dinero. Nadie « se quebró» en los

interrogatorios. Pese a los denodados esfuerzos de los organismos de

investigación, jamás se esclareció el misterio.

Los que acusaban a los soviéticos aducían que la intención de los rusos era

impedir que los Estados Unidos activaran primero la Máquina. Los soviéticos

tenían la capacidad técnica indispensable para el sabotaje, y también, por

supuesto, conocían a fondo los pormenores sobre la fabricación. Apenas ocurrido

el desastre, Anatoly Goldmann, antiguo discípulo de Lunacharsky, que se

desempeñaba como representante de su país en Wy oming, realizó una llamada

urgente a Moscú aconsejando a sus compatriotas que retiraran todas las clavijas.

Esa conversación —registrada por los servicios de información norteamericanos

— parecía demostrar la inocencia de los rusos, pero hubo quienes sugirieron que

se trataba de un ardid para aventar sospechas. Ese argumento fue esgrimido por

los mismos sectores que se oponían a la reducción de tensiones entre las dos

superpotencias nucleares. Como era de prever, los jerarcas de Moscú se

indignaron ante la insinuación.

En realidad, los soviéticos se enfrentaban en esos momentos con serios

problemas de fabricación. Siguiendo las instrucciones del Mensaje, el Ministerio

de Industria Semipesada obtuvo grandes logros en lo relativo a la extracción de

minerales, la metalurgia y las máquinas-herramienta. Sin embargo, la nueva

microelectrónica y la cibernética les resultaron más difíciles, razón por la cual

debieron encargar a contratistas europeos y japoneses la may or parte de los

componentes de la Máquina. Más inconvenientes aún le acarreó a la industria

local soviética la química orgánica, para la cual era preciso utilizar técnicas

propias de la biología molecular.

En la década de 1930, se asestó un golpe casi fatal a los estudios genéticos en

la Unión Soviética cuando Stalin censuró la moderna genética mendeliana por

razones ideológicas, y consagró como científicamente ortodoxa la estrafalaria

genética de un agrónomo llamado Trofim Ly senko. Dos generaciones de

brillantes alumnos soviéticos quedaron sin aprender nada sobre las ley es

fundamentales de la herencia. Fue así como, sesenta años después, en ese país no

había avanzado la biología molecular ni la ingeniería genética, y muy pocos

descubrimientos sobre el tema habían realizado los científicos soviéticos. Algo

similar sucedió —aunque en menor escala— en los Estados Unidos cuando,

amparándose en razones teológicas, se intentó prohibir en las escuelas públicas la

enseñanza de la evolución, la idea central de la biología moderna. Muchos

sostenían que una interpretación fundamentalista de la Biblia se contradecía con

la teoría de la evolución. Afortunadamente, los fundamentalistas no eran tan

influy entes en los Estados Unidos como lo había sido Stalin en Rusia.

En el informe especial preparado para la Presidenta se aseguraba que no

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