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algún bar de las inmediaciones. No se supo de nadie que hubiera comenzado a
gastar cifras desproporcionadas de dinero. Nadie « se quebró» en los
interrogatorios. Pese a los denodados esfuerzos de los organismos de
investigación, jamás se esclareció el misterio.
Los que acusaban a los soviéticos aducían que la intención de los rusos era
impedir que los Estados Unidos activaran primero la Máquina. Los soviéticos
tenían la capacidad técnica indispensable para el sabotaje, y también, por
supuesto, conocían a fondo los pormenores sobre la fabricación. Apenas ocurrido
el desastre, Anatoly Goldmann, antiguo discípulo de Lunacharsky, que se
desempeñaba como representante de su país en Wy oming, realizó una llamada
urgente a Moscú aconsejando a sus compatriotas que retiraran todas las clavijas.
Esa conversación —registrada por los servicios de información norteamericanos
— parecía demostrar la inocencia de los rusos, pero hubo quienes sugirieron que
se trataba de un ardid para aventar sospechas. Ese argumento fue esgrimido por
los mismos sectores que se oponían a la reducción de tensiones entre las dos
superpotencias nucleares. Como era de prever, los jerarcas de Moscú se
indignaron ante la insinuación.
En realidad, los soviéticos se enfrentaban en esos momentos con serios
problemas de fabricación. Siguiendo las instrucciones del Mensaje, el Ministerio
de Industria Semipesada obtuvo grandes logros en lo relativo a la extracción de
minerales, la metalurgia y las máquinas-herramienta. Sin embargo, la nueva
microelectrónica y la cibernética les resultaron más difíciles, razón por la cual
debieron encargar a contratistas europeos y japoneses la may or parte de los
componentes de la Máquina. Más inconvenientes aún le acarreó a la industria
local soviética la química orgánica, para la cual era preciso utilizar técnicas
propias de la biología molecular.
En la década de 1930, se asestó un golpe casi fatal a los estudios genéticos en
la Unión Soviética cuando Stalin censuró la moderna genética mendeliana por
razones ideológicas, y consagró como científicamente ortodoxa la estrafalaria
genética de un agrónomo llamado Trofim Ly senko. Dos generaciones de
brillantes alumnos soviéticos quedaron sin aprender nada sobre las ley es
fundamentales de la herencia. Fue así como, sesenta años después, en ese país no
había avanzado la biología molecular ni la ingeniería genética, y muy pocos
descubrimientos sobre el tema habían realizado los científicos soviéticos. Algo
similar sucedió —aunque en menor escala— en los Estados Unidos cuando,
amparándose en razones teológicas, se intentó prohibir en las escuelas públicas la
enseñanza de la evolución, la idea central de la biología moderna. Muchos
sostenían que una interpretación fundamentalista de la Biblia se contradecía con
la teoría de la evolución. Afortunadamente, los fundamentalistas no eran tan
influy entes en los Estados Unidos como lo había sido Stalin en Rusia.
En el informe especial preparado para la Presidenta se aseguraba que no