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tenga el mismo color de temperatura que Vega —mira, desde aquí se aprecia
que es azulada— y residuos de la misma especie. Cierto es que no se puede
verificar debido al resplandor, pero me atrevería a afirmar que esto es Vega.
—Entonces, ¿dónde están ellos? —quiso saber Devi.
Xi, que tenía muy buena vista, miraba hacia arriba, en dirección al cielo que
se extendía más allá del ring plane. Como no dijo nada, Ellie siguió el derrotero
de sus ojos. Sí, algo había a lo lejos, algo que brillaba al sol. Al contemplarlo con
el objetivo, advirtió que se trataba de un inmenso poliedro irregular, cada una de
sus caras cubierta de… ¿una especie de círculo? ¿Un disco? ¿Una bandeja?
—Toma, Quiaomu, mira por aquí y dime lo que ves.
—Son… lo mismo que tienen ustedes: miles de radiotelescopios, apuntados en
muchas direcciones. No es un mundo sino sólo un mecanismo. Uno a uno fueron
pasándose la cámara, y Ellie disimuló la impaciencia hasta que volvió a tocarle
el turno. La naturaleza fundamental del radiotelescopio estaba más o menos
explicitada por la física de las ondas de radio, sin embargo, la desilusionaba que
una civilización capaz de producir —o aunque sólo fuese usar— los agujeros
negros para una especie de transporte hiperrelativista aún se valiera de
radiotelescopios de reconocible diseño, por numerosos que fueren. Le parecía un
rasgo de atraso de los veganos, una falta de imaginación. El hecho de que hubiera
miles de ellos enfocando todo el cielo sugería una exploración total de la esfera
celeste, algo así como un Argos en gran escala. Se estaban escudriñando
innumerables mundos en busca de transmisiones de televisión, radares militares o
quizás otras variedades de emisiones de radio desconocidas en la Tierra.
¿Encontraban a menudo esas señales, o acaso habría sido la Tierra su primer
éxito en un millón de años de observación? No había rastros de ningún comité de
bienvenida. ¿Tan poca importancia le asignaban a la delegación que no habían
designado a nadie para ir a recibirlos?
Cuando le devolvieron la cámara, puso especial esmero en la distancia, el
objetivo y el tiempo de exposición. Deseaba obtener una constancia permanente
con el fin de demostrarle a la Fundación Nacional para la Ciencia la seriedad con
que trabajaba la radioastronomía. Ojalá hubiera alguna forma de determinar las
dimensiones del mundo poliédrico. Un radiotelescopio en cero g podía ser de
cualquier tamaño. Después de revelarse las fotos, podría precisarse el diámetro
angular pero el diámetro lineal —las verdaderas dimensiones— serían imposibles
de calcular a menos que supieran a qué distancia se hallaba el objeto.
—Si no hay mundos —decía Xi en ese momento—, entonces tampoco hay
veganos; no vive nadie aquí. Vega no es más que un puesto de guardia, una casilla
para que la patrulla de fronteras se caliente las manos. Esos radiotelescopios —
miró hacia arriba— son las torres de observación de la Gran Muralla. Si uno está
limitado por la velocidad de la luz, le resulta difícil mantener la cohesión de un
imperio galáctico. Ordenamos a un destacamento que sofoque una rebelión. Diez