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la tarea de examinar Vega en otras frecuencias. Desde luego, detectaron también
la misma señal, la misma sucesión monótona de números primos en la línea de
hidrógeno de 1420 megahertz, en la de oxhidrilo de 1667 megahertz y en muchas
otras frecuencias. En todo el espectro radioeléctrico, acompañado por una
orquesta electromagnética, Vega emitía sonidos de números primos.
—Esto no tiene sentido —opinó Drumlin, tocándose con aire indiferente la
hebilla del cinturón—. No se nos puede haber escapado antes. Todo el mundo ha
estudiado a Vega durante años. Arroway lo observó desde Arecibo hace una
década. De pronto, el martes pasado, Vega comienza a propalar números
primos… ¿Por qué ahora? ¿Qué tiene de particular este momento? ¿A qué se debe
que comiencen a transmitir varios años después de que Argos haya comenzado a
escuchar?
—A lo mejor su transmisor estuvo en reparaciones durante dos siglos —
sugirió Valerian—, y acaban de volver a ponerlo en funcionamiento. También
podría ser que un esquema de trabajo sea enviarnos una transmisión un año de
cada millón. Usted sabe muy bien que puede haber vida en muchos otros
planetas. —Sin embargo Drumlin, a todas luces insatisfecho, se limitó a menear
la cabeza.
Si bien por naturaleza no le atraían las conspiraciones, Valerian creyó advertir
cierta segunda intención en la última pregunta de Drumlin: ¿Acaso no sería todo
un inesperado intento de los científicos de Argos para impedir que se diera por
terminado el proyecto? No, no era posible. Valerian sacudió la cabeza. Pasaron
en ese momento a su lado dos de los más antiguos expertos en el problema de
SETI quienes, en silencio, meneaban también la cabeza, desconcertados.
Entre los científicos y los burócratas existía una suerte de fricción, de mutuo
malestar, un antagonismo respecto de premisas fundamentales. Uno de los
ingenieros electrotécnicos lo denominaba « desadaptación de impedancia» . Los
científicos eran demasiado especulativos y hablaban con demasiada ligereza de
cualquiera, para el gusto de los burócratas. Estos burócratas por su parte, eran
demasiado poco imaginativos y comunicativos, en opinión de los científicos. Ellie
y en especial Der Heer trataban de tender puentes para superar la brecha, pero
los pontones no hacían más que ser arrastrados por la corriente.
Esa noche había colillas de cigarrillos y tazas de café por doquier. Los
científicos, con atuendo informal, los funcionarios de Washington, de traje, y
algunos militares llenaban la sala de control y el pequeño auditorio y rebosaban
por las puertas donde, iluminados por los cigarrillos y la luz de las estrellas,
continuaban algunos de los debates. Pero los ánimos estaban gastados.
Comenzaba a percibirse el efecto de tanta tensión.
—Doctora Arroway, este es Michael Kitz, secretario adjunto de Defensa del
« C 3 I» .
Al hacer las presentaciones y ubicarse un paso detrás de él, Der Heer, estaba