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proy ecto, pero tenga presente los temores que sienten los que están del otro lado.
Más de la mitad de las personas con las que hablo consideran que no tenemos por
qué construir la Máquina. Si y a no podemos echarnos atrás, quieren que
enviemos a alguien que sea absolutamente prudente. Arroway será todo lo que
usted dice, pero muy prudente no es. No hago más que recibir presiones por
parte del Parlamento, de mis propios asesores, de las Iglesias. Tengo la sensación
de que Arroway logró impresionar a Palmer Joss en la reunión que mantuvieron
en California, pero dejó indignado a Billy Jo Rankin. Ay er me llamó él y me dijo:
« Esa Máquina va a volar directamente hacia Dios o hacia el diablo. Cualquiera
que fuere el caso, le conviene enviar a un verdadero cristiano» . Trató incluso de
valerse de su amistad con Palmer Joss para impresionarme. Es obvio que apunta
a que se lo nombre a él. Para una persona como Rankin, Drumlin será un
candidato mucho más potable que Arroway. Cierto es que Drumlin es un poco
frío, pero también es confiable, de sentimientos patrióticos, un hombre íntegro.
Sus antecedentes científicos son impecables, y además, quiere ir. Sí, tiene que ser
él, y que Arroway quede como segunda alternativa.
—¿Puedo informárselo y o a ella?
—Primero habría que hablar con Drumlin. Yo le aviso a usted apenas se hay a
tomado la decisión final y se la hay amos comunicado a Drumlin… Vamos,
arriba ese ánimo, Ken. ¿Acaso no quiere retenerla aquí, en la Tierra?
Eran más de las seis cuando Ellie terminó de informar a los miembros del
Departamento de Estado que participaban en las negociaciones de París. Der
Heer había prometido llamarla apenas concluy era la reunión para la selección
de los tripulantes y a que quería ser él, y no algún otro, quien le comunicara si la
habían elegido. Ellie sabía que no había sido muy cortés al responder a sus
examinadores, y quizá no la escogieran por ese motivo, entre muchos otros. No
obstante, suponía tener alguna posibilidad.
En el hotel encontró un mensaje escrito a mano, que decía: La espero esta
noche, a las ocho, en el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología. Palmer Joss.
Ni hola ni explicaciones ni la saludo atentamente ni nada, pensó Ellie. Éste
realmente es un hombre de fe. El papel en que venía escrita la nota era del
propio hotel, y no había domicilio remitente. Era probable que Joss se hubiese
enterado de la presencia de Ellie en la ciudad por el secretario de Estado mismo,
y que hubiese ido al hotel esperando encontrarla allí. Ella había tenido un día
agotador, y lo único que deseaba era poder dedicar todo su tiempo libre a la
interpretación del Mensaje. Si bien no tenía muchas ganas de acudir a la cita, se
dio una ducha, se cambió, compró una bolsita de castañas y a los cuarenta y
cinco minutos tomaba un taxi.
Aunque aún faltaba un rato para la hora del cierre, el museo estaba casi
vacío. En todos los rincones del amplio hall de entrada había enormes
maquinarias, el orgullo de la industria del calzado, la textil y la del carbón, del