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Contacto - Carl Sagan

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mismos científicos. Hay quienes sostienen que es la parte satánica del trato.

—Rufianismo religioso —comentó Lunacharsky, en susurros.

—No, no. Quedémonos —pidió Ellie. Una sonrisa de curiosidad cruzó por sus

labios.

—Muchas personas, con un profundo sentido religioso, creen que este

Mensaje proviene de seres del espacio, de criaturas hostiles, extraños que quieren

causarnos un mal, enemigos del hombre. —Pronunció esa última frase a gritos;

luego hizo una pausa para acentuar el efecto—. Pero todos ustedes están hartos

de la corrupción, de la podredumbre de esta sociedad, del deterioro causado por

una tecnología pagana. Yo no sé quién tiene razón. No sé quién envió el Mensaje

ni lo que significa, aunque tenga mis sospechas. Pronto lo sabremos. Lo que sí sé

es que tanto los científicos como los burócratas nos esconden información, no nos

dicen todo lo que saben. Nos están engañando, como siempre. Oh, Dios, nos han

alimentado con mentiras y corrupción.

Azorada, Ellie oy ó que un ronco murmullo de asentimiento se elevaba de la

multitud. El orador apelaba a un profundo rencor que ella apenas si presentía.

—Estos científicos no creen que somos los hijos de Dios, sino que provenimos

de los simios. Entre ellos hay comunistas declarados. ¿Quieren que sea gente así

quien decida la suerte del universo?

La muchedumbre respondió un ensordecedor « ¡No!» .

—¿Quieren que una sarta de incrédulos hable por boca de Dios?

—¡No! —volvieron a corear.

—¿O del demonio? Están negociando nuestro futuro con monstruos de un

mundo extraño. Hermanos, el mal habita en este lugar.

Ellie suponía que el orador no se había percatado de su presencia, pero en ese

momento el hombre se volvió y señaló directamente la caravana de autos.

—¡Ellos no nos representan! ¡No tienen derecho a parlamentar en nombre de

nosotros!

Algunos de los que estaban más próximos al cerco comenzaron a dar

empujones. Valerian y el conductor se atemorizaron. Como habían dejado los

motores en marcha, en el acto aceleraron y continuaron rumbo al edificio

administrativo de Argos, distante aún varios kilómetros. En el momento en que

arrancaban, por encima del chirrido de los neumáticos y el rumor del gentío,

Ellie alcanzó a oír nítidamente la voz del predicador.

—Lucharemos contra el mal que reina en este lugar. Se lo juro.

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