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honradez—, se me viene abajo la fachada y me dan ganas de llorar por su
muerte.
—Sin lugar a dudas, el lenguaje nos libera del sentimiento, o casi —sostuvo
Der Heer, acariciándole un hombro—. A lo mejor es una de sus funciones… que
podamos comprender el mundo sin dejarnos abatir totalmente por él.
—En tal caso, la invención del lenguaje sería más que una bendición. Mira,
yo daría cualquier cosa —honestamente, cualquiera de las cosas que tengo— con
tal de pasar unos minutos con mi padre.
Se imaginaba un cielo lleno de bondadosos papás y mamás que volaban entre
las nubes. Debía ser un sitio muy amplio como para dar cabida a los miles de
millones de personas que habían vivido y muerto desde el surgimiento de la
especie humana. Seguramente estaría colmado, pensó, a menos que el cielo de la
religión estuviese construido en la misma escala que el de la astronomía.
Entonces habría espacio de sobra.
—Debe de haber algún número para poder medir la población total de seres
inteligentes que habitan la Vía Láctea. ¿Cuántos supones que hay ? Si hubiera un
millón de civilizaciones, cada una con mil millones de individuos, sería… diez a la
decimoquinta potencia. Pero si la may oría fueran más avanzados que nosotros,
quizá la idea de individuos sea inadecuada, y sólo se trate de un caso más de
chauvinismo de la Tierra.
—Claro. Así podrías calcular también la tasa galáctica de producción de
cigarrillos, de autos y de radios. Después pasarías a calcular el producto bruto
galáctico, y una vez que lo averiguaras buscarías el producto bruto cósmico…
—Te burlas de mí —dijo ella con una sonrisa, sin el menor desagrado—. Pero
piensa en esas cifras. Todos esos planetas con tantos seres más adelantados que
nosotros. ¿No te impresiona?
Como se dio cuenta de que él pensaba en otra cosa, se apresuró a continuar.
—Mira esto —dijo—. Estuve ley endo un poco para la entrevista con Joss.
Estiró un brazo y tomó de la mesa de noche el volumen dieciséis de una vieja
Enciclopedia Británica, lo abrió en una página que había marcado con un papelito
a modo de señalador y le mostró un artículo que llevaba por título « Sagrado o
Santo» .
—Los teólogos parecen haber reconocido un aspecto especial, no racional —
no me atrevería a llamarlo irracional— de lo sagrado o sacrosanto, y le dieron
por nombre lo « sobrenatural» . El primero en emplear el término fue un tal…
Rudolph Otto, en su libro La idea de lo Sagrado. Según él, todo hombre tiene la
predisposición a descubrir y venerar lo sobrenatural, el misterium tremendum.
» En presencia del misterium tremendum, el hombre se siente insignificante,
pero no aislado en forma personal. Para Otto, lo sobrenatural era una cosa
“totalmente otra”, y la reacción humana ante ella, el “asombro absoluto”. Si los
crey entes se refieren a eso cuando hablan de lo sagrado o sacrosanto, estoy de