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Contacto - Carl Sagan

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horizontal de la velocidad al soltar la esfera. Detrás de ella había un buen metro,

o metro y medio de piso plano, que luego comenzaba a subir para formar una

pared en círculo. « Si no pierdo la calma» , se dijo Ellie, « esto va a ser muy

sencillo» .

Aflojó la presión, y la esfera se alejó de ella.

El período de un péndulo simple, recordó, es 2π, raíz cuadrada de L sobre g,

donde L es el largo del péndulo y g es la aceleración producida por la gravedad.

Debido a la fricción en el punto de sostén, el péndulo nunca puede oscilar de

regreso a una distancia may or de su posición original. Lo único que tengo que

hacer es no inclinarme hacia adelante, se dijo.

Casi al llegar a la baranda opuesta redujo su velocidad y se detuvo; luego

comenzó a recorrer el tray ecto inverso mucho más deprisa de lo que había

supuesto. A medida que se acercaba hacia ella parecía adquirir temibles

proporciones. Era enorme y y a la tenía prácticamente encima. Ellie contuvo el

aliento.

—Vacilé —confesó desilusionada, cuando la esfera se alejaba.

—Apenas lo mínimo.

—No. Vacilé.

—Usted cree. Cree en la ciencia. Sólo le queda una pequeñísima duda.

—No, no es así. Eso fue un millón de años de cerebros que luchaban contra

miles de millones de años de instinto. Por eso su trabajo es mucho más fácil que

el mío.

—En este tema, nuestras profesiones son iguales. Ahora me toca el turno a mí

—dijo Joss, y sujetó la esfera en el punto más alto de su recorrido.

—Pero no estamos poniendo a prueba su fe en la conservación de la energía.

Joss sonrió y se plantó con firmeza.

—¿Qué están haciendo ahí abajo? —preguntó una voz—. ¿Están locos? —Un

guardia del museo, con orden de avisar a los visitantes que se acercaba la hora de

cierre, se topó con el inverosímil espectáculo de un hombre, una mujer, una

hondonada y un péndulo en un desierto rincón del cavernoso edificio.

—No se preocupe, señor —explicó Joss, en tono alegre—. Sólo estamos

poniendo a prueba nuestra fe.

—Esto es un museo, y aquí no se pueden hacer esas cosas.

En medio de risas, Ellie y Joss consiguieron colocar la esfera en posición casi

estacionaria, y treparon por la pendiente del mosaico.

—Tendría que estar permitido por la Primera Enmienda constitucional —

sentenció Ellie.

—O por el primer mandamiento —acotó él.

Ellie se puso los zapatos, se colgó la cartera al hombro y, con la frente en alto,

abandonó la rotonda con Joss y el guardia. Sin identificarse y sin que los

reconocieran, lograron persuadir al hombre para que no los arrestara. No

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