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producía dos sombras, una antiamarilla y la otra antirroja, como las que suelen
verse —fue la única imagen que le vino a la mente— en una discoteca de baile.
—Pero nosotros no podemos bajarnos —continuó Eda—. Estamos en un
coche cerrado, y vamos rumbo a la terminal, al fin del tray ecto.
En una ocasión, Drumlin había calificado de fantasías ese tipo de
especulaciones, y ésa era la primera vez que Ellie veía a Eda sucumbir a la
tentación.
De los Cinco, ella era la única astrónoma pese a que su especialidad no se
centraba en el espectro óptico. Sentía la obligación de acumular la mayor
cantidad posible de datos, tanto de los túneles como del tiempoespacio
cuatridimensional en el cual emergían periódicamente. El supuesto agujero
negro del cual estaban saliendo continuaría eternamente en órbita alrededor de
una estrella, o de un sistema de múltiples estrellas. Siempre se presentaban por
parejas; eran dos los que compartían la misma órbita; uno de donde eran
expulsados, y otro en donde caían. No había dos sistemas similares y ninguno de
ellos se asemejaba tampoco al sistema solar. No había en ninguno de ellos un
artefacto, un segundo dodecaedro o un complejo proy ecto de ingeniería capaz de
desmembrar un mundo y volver a armarlo para que constituy era lo que Xi había
llamado un « mecanismo» .
En ese momento emergieron cerca de una estrella que cambiaba
visiblemente su luminosidad —se dio cuenta por la sucesión de aberturas de
diafragma que debió utilizar— y supuso que se trataría de una de las estrellas de
Lira; a continuación había un sistema quíntuple y luego una enana de escaso
brillo. Algunas se hallaban en el espacio abierto; otras, enclavadas en una
nebulosa, rodeadas de resplandecientes nebulosas moleculares.
Pese al esfuerzo consciente que realizaba por mantener una calma
profesional, Ellie experimentaba un enorme júbilo ante tal profusión de soles.
Esperaba que cada uno de ellos fuese el lugar de residencia de una civilización, o
que algún día lo fuera.
Sin embargo, luego de saltar por cuarta vez, comenzó a preocuparse.
Subjetivamente, y según le indicaba su reloj, debía de haber pasado una hora
desde que « partieron» de Hokkaido. Si el viaje se prolongaba mucho más, se
sentiría la falta de ciertas comodidades elementales. Quizás, hasta a una
civilización muy avanzada le resultara difícil percatarse de las necesidades
fisiológicas humanas con sólo estudiar una transmisión televisiva.
Además, si los extraterrestres eran tan inteligentes, ¿por qué los obligaban a
zarandearse tanto? Tal vez el primer salto desde la Tierra se hubiese dado con
equipo rudimentario por lo primitivos que eran los que trabajaban en aquel
extremo del túnel. Pero ¿y después de Vega? ¿Por qué no los trasladaban
directamente al destino final, cualquiera que fuese?
Cada vez que salían de un túnel, Ellie se sentía expectante. ¿Qué maravillas