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Contacto - Carl Sagan

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conocida opinión sobre el tema. El Mensaje y la Máquina, dijo, eran una Torre

de Babel del último día. Siguiendo un impulso desatinado y trágico, el hombre

había aspirado a alcanzar el trono de Dios. En la antigüedad había existido una

ciudad donde imperaban la fornicación y la blasfemia, llamada Babilonia, que

Dios había decidido destruir. En nuestra época, también había una ciudad del

mismo nombre. Los que se entregaban a la palabra de Dios habían cumplido

también allí la voluntad divina. El Mensaje y la Máquina representaban otro

embate de la perversidad contra los hombres justos y rectos. También en eso

habíamos podido contrarrestar los planes diabólicos; en Wy oming, mediante un

accidente de inspiración divina, y en la Rusia hereje, a través de la divina

providencia que logró frustrar los planes de los científicos comunistas.

Pese a esas claras advertencias de Dios, continuó Rankin, el ser humano había

intentado por tercera vez construir la Máquina. Dios se lo permitió, pero luego, de

una manera sutil, hizo que la Máquina fallara, desbarató los planes diabólicos y

una vez más demostró su amor por los rebeldes y pecadores —y más aún,

indignos— hijos de la Tierra. Era hora de reconocer nuestros pecados y, antes de

la llegada del verdadero Milenio —que comenzaría el 1.º de enero del 2001—

volviéramos a encomendarnos a Dios.

Había que destruir las Máquinas, todas, y hasta el último de sus componentes.

Era preciso extirpar de raíz, antes de que fuese demasiado tarde, la idea de que

podíamos sentarnos a la diestra de Dios con sólo fabricar una máquina, en vez de

mediante la purificación de nuestros corazones.

En su pequeño departamento, Ellie escuchó el sermón entero. Luego apagó el

televisor y reanudó su trabajo de programación.

Las únicas llamadas de afuera que le permitían recibir eran las provenientes

de Janesville (Wisconsin). Todas las demás debían pasar por censura, y por lo

general se las rechazaba con amables disculpas. Ellie archivó, sin abrir, las cartas

de Valerian, Der Heer y de Becky Ellenbogen, su antigua compañera de

universidad. Palmer Joss le envió varias notas por correo urgente, y luego un

mensajero. Sintió deseos de leer estas últimas, pero no cedió a la tentación. En

cambio, le mandó a él una notita con un breve texto: Estimado Palmer: Todavía

no. Ellie, y la despachó sin remitente, razón por la cual nunca supo si había

llegado a sus manos.

En un programa especial de televisión, filmado sin su consentimiento, se

habló sobre su reclusión, más estricta aún que la de Neil Armstrong o incluso que

la de Greta Garbo. Ellie no lo tomó a mal sino que, por el contrario, reaccionó

con una gran serenidad puesto que otros eran los temas que la mantenían

ocupada. De hecho, trabajaba día y noche.

Dado que las restricciones para comunicarse con el mundo exterior no

abarcaban la colaboración puramente científica, mediante la telerred asincrónica

de canal abierto pudo organizar con Vaygay un programa de investigación de

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