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una vecina de al lado.
Con los dedos iba oprimiendo teclas del tablero a medida que hablaba.
—Miren, está a sólo veintiséis años luz. Ya se la ha observado antes, siempre
con resultado negativo. Yo la exploré el primer año que estuve en Arecibo. ¿Cuál
es la intensidad absoluta? Bajísima. Casi se podría recibir la señal con una radio
común de FM.
» Muy bien. Tenemos un espectro muy próximo a Vega en el plano del cielo,
en una frecuencia de alrededor de 9,2 gigahertz, no muy monocromática. El
ancho de banda es de unos centenares de hertz. Está polarizado en forma lineal y
transmite un conjunto de pulsos móviles en dos amplitudes diferentes.
Como respuesta a las órdenes que impartió en el tablero, apareció en la
pantalla la ubicación de todos los radiotelescopios.
—La señal llega a ciento dieciséis telescopios. Obviamente no se trata de un
desperfecto de alguno de ellos. Bien. ¿Se mueve con las estrellas? ¿No podría ser
algún avión o satélite electrónico de inteligencia?
—Yo puedo confirmar que hay movimiento sideral, doctora.
—Me suena bastante convincente. No proviene de la Tierra ni de un satélite
artificial, aunque esto habría que verificarlo. Cuando tenga tiempo, Willie, llame
al NORAD, el comando de defensa antiaérea, a ver qué dicen ellos sobre la
posibilidad de que sea un satélite artificial. Si podemos excluir los satélites,
quedarían dos posibilidades: o se trata de una broma, o bien alguien por fin ha
logrado enviarnos un mensaje. Steve, haga un control manual. Revise algunos de
los radiotelescopios (la potencia de la señal es considerable) para comprobar si
no podría tratarse de un truco, una broma pesada de alguien que quisiera
hacernos notar algún error nuestro.
Un puñado de científicos y técnicos, alertado por la computadora de Argos,
se había reunido alrededor de la consola de mando. Había sonrisas en sus rostros.
Todavía ninguno pensaba seriamente en un mensaje de otro mundo, pero el
episodio representaba para todos un cambio en la rutina a la que se habían
acostumbrado, y se notaba en ellos una especie de expectativa.
—Si a alguno se le ocurre cualquier explicación que no sea la inteligencia
extraterrestre, dígamela —expresó Ellie.
—Es imposible que se trate de Vega, doctora. El sistema tiene apenas unos
cientos de millones de años de antigüedad. Sus planetas se hallan aún en
formación. No ha habido tiempo para que se desarrollara allí ninguna vida
inteligente. Debe de ser alguna estrella o galaxia de segundo plano.
—Entonces la potencia del transmisor debería ser enorme —respondió uno de
los expertos en cuásar, que había regresado a ver qué sucedía—. Es preciso que
realicemos de inmediato un estudio de movimiento propio para ver si la fuente de
radioondas se mueve junto con Vega.
—Tiene razón en cuanto al movimiento propio, Jack —acotó ella—. Sin