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Retablo del Alto Aragón - Instituto de Estudios Altoaragoneses

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RETABLO DEL ALTO ARAGÓN<br />

286<br />

que, habiendo pasado el puente <strong>de</strong> la carretera que va a Capella,<br />

estuvo lejos <strong>de</strong> Graus.<br />

Se volvía a hacer <strong>de</strong> noche y sobre un altozano divisó una<br />

ermita con un porche <strong><strong>de</strong>l</strong>ante. Allá se dirigió. Atados a unas<br />

carrascas que alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la ermita les daban sombra, había<br />

cinco burros. Al llegar hasta ellos apareció la dueña, mujer <strong>de</strong><br />

aspecto tan rústico como una pastora <strong>de</strong> su pueblo con la que se<br />

juntaba algunas veces en el monte. Él le daba media sardina y ella<br />

le daba olivas. Por eso no causó miedo la dueña <strong>de</strong> los burros<br />

someros. «¿Qué haces por aquí?», le preguntó a Migalón, que no<br />

había mentido nunca. Lo hizo en esta ocasión, obligado por las<br />

circunstancias, diciendo: «Es que, sabe, se murieron mis padres y<br />

como no tengo familia voy solo por el mundo». «Y, ¿qué comes?»,<br />

le volvió a preguntar la buena mujer. «Pues mire, según el tiempo,<br />

ahora se encuentran peras por ahí». Al nombrar las peras se<br />

le hizo un nudo en la garganta. «¡Hala, pues vente conmigo! Y<br />

ahora come algo, pues te veo algo <strong>de</strong>svalido»; al tiempo que lo<br />

<strong>de</strong>cía sacó <strong>de</strong> la alforja un pan, unas nueces y unos higos. «Casca<br />

esas nueces», le dijo. Abrió los higos y metió <strong>de</strong>ntro el fruto que<br />

Migalón había cascado.<br />

Cenaron tan frugal cena como los propios ángeles; ella se<br />

echó un trago <strong>de</strong> vino. De repente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong> estaban los<br />

burros oyó el llanto, no sabía si <strong>de</strong> uno o <strong>de</strong> dos niños.<br />

Efectivamente, corrió la mujer y <strong>de</strong> unas arga<strong>de</strong>ras sacó dos angelicos<br />

iguales. «¡Vete a buscar agua!», le dijo a Migalón, mientras<br />

le daba un puchero <strong>de</strong> barro. Bajó al río, subió con el agua y<br />

aquella mujer y aquel niño se dieron cuenta <strong>de</strong> que se necesitaban.<br />

Encendieron fuego, prepararon unas sopas bien aceitadas<br />

para los gemelos y ¡a dormir!<br />

Bien <strong>de</strong> mañanas, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> reprensar la reata con un poco <strong>de</strong><br />

paja, la aparejaron y ¡en marcha! Aquella mujer le contó que era<br />

viuda y que se <strong>de</strong>dicaba a subir aceite <strong>de</strong> la Baja Ribagorza, don<strong>de</strong><br />

se criaba el olivo, a la Ribagorza Alta, hasta Pont <strong>de</strong> Suert. Allí<br />

cobraba en dinero o en quesos y volvía a bajar.<br />

El pobre Migalón quedó más compenetrado con la Ramona,<br />

pues su manera <strong>de</strong> obrar coincidía con su criterio <strong>de</strong> cambiar peras<br />

por leche y sardinas por olivas. Él no era un furtaperas; no, no era<br />

un furtaperas. Con tan buena maestra se hizo comerciante y se

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