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Retablo del Alto Aragón - Instituto de Estudios Altoaragoneses

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CIUDADES, PUEBLOS Y PAISAJES<br />

Zumbido <strong><strong>de</strong>l</strong> tábano y ritmo en el cuneo <strong>de</strong> la cuna y en el sube y<br />

baja <strong><strong>de</strong>l</strong> huso <strong>de</strong> la vieja. El tejedor teje y una anciana <strong>de</strong>steje una<br />

toquilla para hacerle peducos al nieto repatán.<br />

Tejer y <strong>de</strong>stejer, todo es hacer.<br />

Ahora se oyen muchas músicas ruidosas, pero yo quisiera que<br />

alguien tejiera y <strong>de</strong>stejiera una música con un ritmo antiguo y<br />

al<strong>de</strong>ano, que me hiciera olvidar siquiera por un momento o por el<br />

tiempo que tarda en consumirse un disco, el ruido sin ritmo <strong>de</strong> la<br />

capital y recordar el ritmo ansotano <strong>de</strong> la plazeta carasolera, próxima<br />

a la casa don<strong>de</strong> vivía.<br />

Pero volvamos a los pollos, que entonces, como antes he dicho,<br />

criaban las dueñas con el mimo con que hoy se cría a un niño. La<br />

clueca les daba su calor maternal, y si este era poco en las heladas<br />

noches, les ponía una botella <strong>de</strong> agua, que previamente habían<br />

calentado en el hogar, dulce hogar, aunque oliese a humo. Humo,<br />

que por otra parte, al salir por las chimeneas al clarear el alba, proce<strong>de</strong>nte<br />

<strong>de</strong> la leña seca y diluirse en el aire puro <strong>de</strong> la mañana, más<br />

bien parecía aromático que molesto, no como ocurre hoy con el<br />

humo proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> las cal<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> las calefacciones y <strong>de</strong> los tubos<br />

<strong>de</strong> escape <strong>de</strong> los automóviles. Entonces, y perdonen mi reiteración,<br />

hasta el humo era humo. Durante el día, cuando la vieja <strong>de</strong> la casa<br />

salía con su silleta <strong>de</strong> iglesia a tomar el sol a un lugar carasolero,<br />

sacaba con ella el cajón <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra don<strong>de</strong> cobijaba a la clueca con<br />

sus pollitos. El sol <strong>de</strong>sentumecía los cansados huesos y crujientes<br />

articulaciones <strong>de</strong> la vieja y fortalecía los tiernos huesos <strong>de</strong> los pollitos<br />

y proporcionaba calorías ecológicas a la agotada gallina. Los<br />

pollitos corrían <strong>de</strong> aquí para allá como niños que salen al recreo y<br />

a la voz <strong>de</strong> ¡titines, titines! acudían a recoger las migajas que caían<br />

<strong>de</strong> la crosta <strong>de</strong> pan que la dueña estaba esmiquetando. ¡Pobres viejas,<br />

que cuando <strong>de</strong>cían que iban a esmiquetar una crosta <strong>de</strong> pan, se les reía<br />

el señor secretario porque hablaban mal, cuando en realidad<br />

hablaban una fabla bella y tan diáfana que hasta la clueca y los<br />

pollitos la entendían.<br />

Y no solo las aves, sino el conejo al que convocaban a la voz <strong>de</strong>:<br />

¡sancho, sancho! y a la cabra a la que llamaban ¡mona, mona!, la oveja<br />

que acudía a la voz <strong>de</strong> ¡quirrina, quirrina!, mientras que al cerdo le<br />

<strong>de</strong>cían ¡gulín, gulín!, si era pequeño, y ¡gulo, gulo!, si era gordo.<br />

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